Capítulo 6: Compañeros.

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El efecto sorpresa normalmente dura dos segundos. Por eso debía aprovecharse. Eso hizo Jane cuando abrió la puerta del hospital, los usó para detallar a los matones de Tony. Eran dos y sólo uno llevaba arma con silenciador incluido en la mano. Apuntaba a Julian. Inmediatamente accionó el gatillo y le disparó al que estaba armado, la principal amenaza. El fuerte sonido retumbó por el lugar mientas el hombre caía al suelo gritando con agudeza. Los malos siempre eran los más cobardes. Gritaban como niñas. Jane se le lanzó encima para quitarle el arma.

–¡Alto! –gritó con fuerza al segundo hombre que estaba tratando de huir. Proyectó el arma por segunda vez esperando tumbarlo pero no logró darle, el impacto lo recibió la puerta metálica, el infeliz de Ian, el mismo que la había golpeado, ya había salido por la puerta.

¡Maldita sea!

Se levantó y disparó por segunda vez al hombre que seguía tirado en el piso, esta vez en la pierna. El primer impacto fue en su brazo. Era mejor estar segura. Salió corriendo de la habitación, sin siquiera mirar a Julian, tenía que atrapar a Ian. Era primordial.

El pasillo era un caos. Algunas enfermeras corrían y gritaban, los pacientes se asomaban por sus puertas investigando de donde habían venido los disparos. Pero no veía a quien buscaba. No podía dejarlo escapar.

–¡Policía! ¡Por allá! –gritó un anciano vistiendo únicamente la bata azul del hospital, el octogenario señalaba a la izquierda con su arrugado dedo.

 Jane corrió hacia esa dirección como si su vida dependiese de ello.

–Aquí estoy putita… Ven.

Ian murmuraba escondido, respirando agitadamente después del mataron que hizo para llegar allí.  Estaba en el estacionamiento del hospital, recostado, escondiéndose entre los vehículos. Esperando a que la zorra de la policía llegara para matarla. Bueno… no podía matarla aunque quisiera. Órdenes del jefe, mejor la dejaba inconsciente y se la llevaba. Así podía torturarla y Tony ya le había encomendado capturarla, después de deshacerse del gilipollas traidor de Matt. ¿Qué hacia esa perra en el hospital?

Echó un vistazo tratando de que no lo vieran y pudo ubicarla. Ella venía en su dirección, pero no lo había visto. Tenía la pistola en sus manos y sabía que la mujer no iba a dudar en usarla. También sacó la suya y sonrió.

–Sí. Acércate un poco más…

Cuando sintió que Jane estaba a unos centímetros, salió de su escondite. Brincó encima de ella, logrado derribarla.

–¡Te tengo! –chilló complacido. En la caída logró quitarle el arma y ahora estaba sobre ella, tratando de agarrarle las manos que no paraban de atizarle puños. Tenía que lograr darle un cachazo para desmayarla.

Jane elevó la pierna izquierda con potencia y logró enroscarla en el cuello de Ian haciéndole una llave y tumbándolo. Ahora él estaba abajo.

–¡Hijo de puta! –gritó cuando sintió un mordisco en la pierna. De no ser porque cargaba el pantalón del uniforme le hubiese arrancado un jodido pedazo.

Ambos se levantaron del suelo, retándose. Ian ya no tenía su arma y ella ni intento tomar la suya. Quería ganarle a puño limpio. Derrotarlo.

–Voy a disfrutar esto –susurró antes de lanzar el primer puñetazo.

Una danza de golpes se desarrollaba entre ambos. Éste era el único baile para el que Jane no tenía dos pies izquierdos. Entre gruñidos y maldiciones logró darle un gran derechazo a Ian quien parecía anonadado por la fuerza de su contrincante. Pero en vez de parecer atemorizado, escupió sangre y le sonrió, pensando que ahora sería una pelea mucho más interesante.

Mi Chica RudaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora