2: Dudas

131 3 0
                                    

Jared

Me encerré en mi despacho luego de pedirle a mi secretaria Maite que no me pasara llamadas de ningún cliente y que cuando pudiera me acercara un café negro bien cargado. Me desplomé en mi silla sin importarme si arrugaba o no el traje gris italiano que llevaba aquella mañana.

Estaba exhausto.

Apreté el puente de mi nariz mientras analizaba todo lo que venía ocurriendo hacía ya un tiempo: primero y principal, la bendita fiesta. Si había algo para lo cual no estaba de ánimos, era para eso. Es decir, era totalmente consciente de lo importante que era para el desarrollo constante de la empresa este tipo de eventos sociales, por eso cada vez que alguno se presentaba me armaba de paciencia, me vestía con el mejor traje y una gran y ancha sonrisa falsa, me rociaba el perfume más caro y hacía mi entrada por todo lo alto, para luego pasar toda la noche bebiendo champaña de calidad y hablando con gente que fuera del ámbito laboral no me interesaba en lo absoluto.

Comenzaba a cansarme de esta hipocresía que me rodeaba y dirigía mi vida hacía no sé cuántos años.
No todos los días me quejaba de eso, debo reconocerlo. Había hecho un buen trabajo llevando la empresa de mí padre al éxito internacional. Había convertido una empresa familiar en una multinacional líder en el mercado. Pero eso tiene sus costos, y tuve que empezar a automatizar procesos de la empresa que pasaron de ser cálidos y privados a fríos y calculadores. También comencé a automatizarme yo. Y hacía varios años, venía funcionando en automático, como una especie de robot.

Por eso últimamente y sin darme cuenta había buscado frecuentar a otra clase de gente, más verdadera, más leal. Esos eran dos de los grandes valores que me había inculcado mi padre y sin embargo desde que él se había ido hacía cinco años, sentía que ya no aparecían por mi entorno.

Por ese motivo contraté a mi secretaria Maite cuando hice las entrevistas laborales para su puesto: me pareció sincera y debo decir que hasta ahora me he llevado una gran satisfacción con ella. Es cálida, hace bien su trabajo y en los dos cortos meses que lleva trabajando conmigo ya hasta me conoce y sabe cuando tiene que hablar y preguntarme y cuándo no hacerlo, por ejemplo cuando me cabreo por alguna situación de la empresa. Es una gran compañera también, a veces nos quedamos trabajando juntos en mi despacho en silencio, sólo sintiéndonos acompañados y haciéndonos favores de vez en cuando, como preparar café para los dos o pedir comida china.

Varios compañeros de trabajo ya le habían echado el ojo y algunos más allegados a mí estaban convencidos de que la había contratado por su belleza y que cuando nos encerrábamos en mi oficina a controlar números y redactar informes en realidad estábamos teniendo sexo salvaje en mi escritorio.

Nada más lejos.

No estoy ciego, sé apreciar una mujer hermosa cuando la veo, simplemente no tenía esas intenciones con ella y además jamás mezclé el trabajo con el placer. Esas cosas siempre acaban mal.

Maite simplemente pertenecía al estilo de gente que ya a mis treinta y tres años empecé a necesitar tener alrededor, y me di cuenta incluso en la entrevista con ella. Es fresca, leal y verdadera.

Por estos motivos es que no me hacía ninguna ilusión pasarme la noche del viernes encerrado en un salón enorme y lleno de lujos aparentando ante los demás.

Lo único bueno de estas fiestas, es que la mayoría de las veces, mejor dicho cuando yo estoy de humor, alguna chica despampanante del ambiente (una que sea completamente desconocida, en ese momento y aún por la mañana), me acompaña a uno de mis departamentos, el cual uso solamente con ese fin, el de pernoctar alguna que otra noche, y pasamos el resto de la velada juntos haciendo que una parte por lo menos haya valido la pena. Es el único aspecto de mi vida anterior que no he cambiado para nada.

Hombre de Negocios (HISTORIA TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora