40: La verdad que nadie quiere asumir

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Jared

El Seat Toledo corcoveaba y rugía al pisar el acelerador, sorteando automóviles casi sin mirarlos.



Un semáforo en rojo, dos; insultos vociferados, nada hacía mella en mí en ese momento, sólo buscaba descargar la ira, la angustia, la impotencia de saber que había conducido a la persona que más amaba en este mundo a un destino horrible, nada más por el hecho de ser quien era.

No iba a perdonarme jamás lo que estaba pasando y el sólo hecho de imaginar lo que mi ángel estaba viviendo volvía mi respiración entrecortada y penosa.


Durante una fracción de segundo fui consciente de lo que estaba haciendo y entonces entendí, que este hombre imprudente, estúpido e irascible era el resultado de tenerla lejos mío. Sólo ella aplacaba mis demonios y los mantenía controlados, sólo por ella me había vuelto mejor persona, y la certeza de que si Allegra no estaba en mi vida nada tenía sentido, golpeó mi pecho con una furia que me cortó el aire.


Completamente descompuesto e intentando insuflarle aire a mis pulmones, aparqué el coche en alguna calle y me bajé dando tumbos. Me apoyé tambaleándome en el capó y vomité sobre el cordón.




Cuando hube terminado busqué hacer más fuerte mi agarre al auto, intentando recobrarme con técnicas respiratorias. Mi móvil vibró en el bolsillo de mi pantalón y lo tomé casi a ciegas, consciente de que debía ser Juan Cruz para preguntarme dónde carajo estaba.





— Hola.



Mi voz salió rasposa. Nadie contestó, en cambio una respiración congestionada se hizo cada vez más audible, despertando todos mis sensores y llenándome de expectativa.



— ¿Allegra? ¿Cariño? — las palabras salieron de mi boca a borbotones, mientras esperaba con impaciencia evidente escuchar su dulce voz al otro lado de la línea.



Nada ocurrió, no dijo nada, sólo siguió respirando agitadamente, y supe que era ella.


— Mi amor, ¿cómo estás? ¿Estás herida? ¿Cariño, cómo me has podido llamar? — sabía que debía estar en estado de shock y lo que menos quería era confundirla más, pero no podía evitarlo, tenía tantas preguntas por hacerle y tantas ganas de tenerla junto a mí. Me subí al coche y arranqué había mí casa. Esta era mi oportunidad de encontrarla, y me aferré a ella —. Oye, mi vida. ¿Puedes reconocer el lugar? ¿Puedes decirme dónde estás?





Otra vez silencio. Agradecí a la vida que a pesar de la velocidad con la que había conducido hasta aquí, no era mucho lo que me había alejado. Tenía que llevarle mi teléfono de vuelta a Juan Cruz para que pudiera rastrearlo.




— No importa, no importa. Oye, no cuelgues — era vital que lo entendiera, teníamos que prolongar la llamada como sea — No cuelgues, mi amor. Por lo que más quieras, quédate conmigo. No importa si no quieres o no puedes hablarme. Yo te hablaré. Quédate conmigo, mi vida — mientras le hablaba, nuevamente sorteaba coches más rápido aún que antes, ya estaba llegando —.Ya pronto estaremos juntos. ¿En este momento, estás a salvo? Si nadie te está amenazando o te persigue ahora mismo, haz algún ruido, el que sea.




Mientras abría la puerta de mi edificio y me disponía a subir a mi piso escuché un golpe seco.



Respiré profundamente.




Devolví el aire a mi cuerpo con el apremio porque me volvieran las fuerzas, las que ella necesitaba para mantenerse firme y luchar.
Intenté sonar lo más determinantemente posible y hablar pausada y claramente.



Hombre de Negocios (HISTORIA TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora