11: Descubriendo lo nuevo

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Jared

Subimos a mi coche y comenzamos el camino hasta su casa en silencio. Yo la observaba de reojo. Estaba repentinamente callada y casi podría decir que incómoda, no tenía la chispa que tenía siempre en sus ojos y parecía haberse arrepentido de haber venido conmigo.

— ¿Está todo bien? – pregunté luego de diez minutos de incómodo silencio.

— Si, claro – contestó con una sonrisa forzada.

La vi abrazarse apenas a si misma en un intento de infundirse confort.

— ¿Tienes frío? ¿Quieres que encienda la calefacción?

— Oh, no hace falta, gracias.

Terminó la frase y perdió su mirada en la ventanilla.
Bien. Confirmado. Ella no estaba siendo descortés ni nada parecido, pero ni siquiera cuando aún no nos conocíamos me había tratado con tanta formalidad. ¿Qué había ocurrido en cinco minutos para que cambiase tanto?

— ¿Al final pudiste concretar lo de las clases que me comentaste? – pregunté para sacar tema de conversación.

— Sí, justo hoy fui al instituto. Es lindo y está cerca del bar. Empiezo el lunes.

— Eso es genial – comenté sincero. Me alegraba por ella. Fue la primera vez desde que subimos al coche que se giró a mirarme y una sonrisa se le dibujó en los labios.

— Gracias – dijo suavemente.

Estuvimos un rato charlando sobre aquello y observé a medias mientras conducía cómo iba entusiasmándose de a poco a medida que me iba contando. Hacía ademanes con las manos y abría mucho los ojos hasta que se soltó por completo y volvió a ser la misma de siempre, incluso dejó su postura tensa para recostarse en el asiento. No sé qué le ocurría unos instantes atrás pero por fin parecía haber vuelto a la normalidad.

Me contó que debía hacerse cargo de un grupo que ya estaba consolidado y que debía preparar lo que iba a enseñar con cabeza y paciencia puesto que los alumnos ya estaban avanzados en las clases porque ya habían tenido otra profesora anteriormente, y yo escuchaba.

Escuchaba atento como un niño al que le estaban contando una historia, embelesado por su tono de voz grave y sosegado por la alegría que transmitía al hablar. Jamás fui un hombre compañero o atento en lo que a las mujeres se refería, de hecho, lo único que hacía con las que me gustaban era tener relaciones sexuales y disfrutar el momento y cuando ellas comenzaban a pretender otras cosas, como una relación del tipo "¿cómo fue tu día?", un noviazgo, un lugar que yo no estaba dispuesto a darles, o simplemente me aburría, cortaba todo el rollo y seguía con lo mío.

Con ella, todo era distinto. La noche anterior había comprobado que si Allegra quisiera sentarse a hablar por horas conmigo yo la escucharía.

Apenas la conocía y los diferentes aspectos de su vida que hasta ahora me había dejado ver me interesaban, quería preguntarle cómo estaba y me interesaba saber la respuesta, comprobar si avanzaban sus proyectos, si era feliz.

De pronto y por primera vez tenía interés en cosas menos banales, como por ejemplo, averiguar a qué sabían sus labios, o cómo se sentiría la textura de uno de sus bucles o su delicada piel en mis dedos.

Nunca, jamás, me había pasado esto con nadie, y por lo tanto no sabía cómo manejarlo. No entendía qué era lo que me estaba ocurriendo y mi mente supuso que era una obsesión del momento por la impresión que me había causado el hecho de haberme demostrado ser diferente a todas las mujeres con las que había tratado hasta ahora, las que siempre se acercaron a mi por mero interés por mi dinero, por mi renombre o mi imagen, al contrario de ella, que parecía sencilla, entusiasta y apasionada.

Hombre de Negocios (HISTORIA TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora