21: Puesta en escena

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Jared

Descubrí que la empresa no era lo suficientemente grande para los dos, y el hecho de que nuestras oficinas estuvieran juntas tampoco ayudaba.

Ya habiendo dejado la máscara de lado, Max estaba más peligroso que nunca, se pavoneaba por los pasillos y todo el tiempo lanzaba indirectas. Me probaba, me provocaba constantemente con actitud cínica y yo no podía hacer más que ignorarlo, haciendo de cuenta que no me influía en nada lo que hacía. A decir verdad, prefería verlo así, relajado, antes que suspicaz; mejor que no descubriera que Maite, Manuel y yo estábamos vigilándolo constantemente y buscando de forma incansable la manera de hacerlo caer en la trampa. Si seguía manteniendo la guardia baja lo más probable era que eso sucediera pronto, y cuanto antes mejor.

Se creía invencible el muy idiota, pensaba que jamás iba a encontrar pruebas suficientes para delatarlo... pero iba a terminar pasando tarde o temprano.

Decidí despejar mi cabeza un rato antes de terminar unas cosas para luego irme a casa, y tomé el móvil.

Lo único que me apetecía aquel viernes era relajarme, y automáticamente la imagen de mi ángel apareció en mi mente haciéndome sonreír, abrí su chat y apreté el botón de llamar para hacerle una propuesta. Esta noche iríamos como siempre al bar de Eme y cuando ella terminara su show iba a llevármela de paseo y luego a dormir conmigo, en estos días nos habíamos visto poco y ya sentía que me hacía falta.

Tamborileé con los dedos en mi escritorio mientras marcaba, me acerqué el audífono a la oreja y luego del primer tono la musiquilla que tenía Allegra de tono de llamada se escuchó en el pasillo.


Espera, ¿Qué?

La música se hacía cada vez más audible y me puse de pie.

— ¿Qué ocurre...? — se escuchó fuera. Maite parecía alarmada.

— Me dijeron abajo que estarías aquí, ¿cuál es su maldita oficina?

Un momento, ¿esa era la voz de Allegra?

La respuesta se personificó en mi despacho cuando la puerta se abrió de un samblazo.

— ¡¿Qué haces?! — oí a Maite hablar, por detrás de una muy colorada Allegra, quien aún sostenía el picaporte y respiraba entrecortadamente.

No sabía si asustarme o reír por lo inverosímil de la situación.

— Está bien, Maite, yo me encargo — le contesté a mi secretaria sin dejar de mirar extrañado a Allegra, quien echaba fuego por los ojos de una forma que me hacía pensar que si estornudaba me incendiaría la alfombra.

La puerta se cerró detrás nuestro y ni siquiera pude preguntarle qué le ocurría.

— Me debes una jodida explicación — escupió, dejándome de piedra ante tal muestra de carácter.

— Te la daría si supiera de qué me estás hablando — contesté asombrado y señalándole la silla frente a mi escritorio, indicándole que tome asiento y volviendo a sentarme en la mía.

En vez de hacer lo que le pedí se acercó a mi mesa y apoyó las dos manos sobre mi escritorio, inclinando su cuerpo hacia mí, peligrosamente cerca. Sonará a gilipollas, pero la deseé tanto en ese momento que casi le como la boca si no hubiese sido porque las consecuencias de ese acto iban a ser seguramente horribles, a juzgar por su semblante. Pero no podía evitarlo, la había extrañado bastante.

Me conformé con sentir su aliento y mirar sus ojos de uno en uno, manteniendo la calma.

— Dime por qué no me dijiste nada — susurró con rabia mientras yo la observaba. No la intimidó como otras veces nuestra cercanía, ni el ardor de lo que teníamos. Esta era otra Allegra, una leona en todo su esplendor. Y me gustó igual o incluso más, no lo sé, que la Allegra dulce.

Hombre de Negocios (HISTORIA TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora