19: La Verdad

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Jared

Quizás lo que más me gustaba de ella era que no me trataba como a uno de los cabecillas del emporio más grande de la cerveza, sino como a un hombre más.

Su actitud conmigo no era como la de los demás, que se dirigían a mí con demasiado respeto, casi con miedo; buscando enaltecerme y hacerme sentir como a un Dios a cada minuto. No, ella era cálida y natural, fresca y verdadera. Me hacía pensar en un oasis en medio del desierto lleno de lame botas e interesados que era el círculo en donde me movía. Pero la contradicción y la ironía era que, a pesar de esto, y dejando muy atrás a los lame botas, lograba, sin embargo, enaltecerme y hacerme sentir como el mejor de los hombres, porque me hacía sentir querido de una forma especial, casi sobrenatural; de una forma de la que, estaba seguro, contadas personas en el mundo eran capaces, sólo inspirada por mi verdadero ser y no por la pantalla de interés político y dinero que ostentaba mi posición, comunicándome que en cada una de sus miradas veía reflejado mi interior y le gustaba lo que veía.

Me escuchaba hablar con interés, me hacía preguntas y opinaba, y yo, que jamás había considerado la opinión de nadie más que la de Manuel desde el fallecimiento de mi padre, oía todo lo que tenía para decirme y siempre me dejaba reflexionando. Me agradaba incluirla en mis proyectos y hacerla partícipe de las situaciones de la empresa, aunque hubieran algunos temas que por ser tan delicados no me atrevía a tocar ni siquiera con ella, como por ejemplo el de Max.

Lo cierto es que esa situación me tenía a maltraer y me desestabilizaba justamente ahora que sentía que todas las piezas de mi vida empezaban a encajar. Allegra era tan sensata y empática que me vi tentado varias veces a abordar esta conversación con ella, pero cierto resquemor en mi interior siempre me terminaba impidiendo que lo hiciera. Aunque de algo estaba seguro: tenía que hacer lo que fuera, urgentemente para solucionarlo.

Max se había vuelto una amenaza y una clara piedra en mi zapato que proclamaba a voces querer destruir lo que nuestros padres habían forjado, pero sobretodo, corromper mi anhelo de paz y tranquilidad que casi estaba ya en mis manos, de no ser por él. Me lo tomaba demasiado personal y estaba tan decidido a remediar esta parte de mi vida que decidí tomar las riendas en el asunto como sea, sin percatarme de que desgraciadamente, esta acción mía terminaría por cargarse en un futuro lo que yo más amaba y aún no lo sabía.




Salí de mi despacho con furia renovada decidido a meterme en su escritorio y encontrar de una vez las pruebas que me permitiesen levantar acciones en su contra y despojarlo de su cargo. No estaba pensando claro. Estaba enceguecido por la rabia.

Observé por el rabillo del ojo que Maite me observaba con asombro meterme como un huracán en el despacho contiguo y cerrar la puerta tras de mí. Estaba tan peligrosamente cegado por el sentimiento de traición y el hecho de que esto era lo único que estaba desestabilizando la búsqueda de mi felicidad, que ni siquiera fui consciente del jaleo que estaba armando y la locura que estaba cometiendo.

Revolví cajones, esparcí papeles de cualquier manera sobre la superficie brillante de madera buscando en sus contenidos, revisé incluso en el ropero donde solía dejar su abrigo y hasta debajo de la alfombra. Cualquier lugar me parecía propicio para esconder las evidencias de los robos que había estado cometiendo.





Fue demasiado tarde cuando escuché los pasos en el pasillo.




La puerta se abrió de pronto y Maximiliano apareció en el umbral con expresión de alarma, que se relajó casi inmediatamente al ver que se trataba de mí.

- ¡Jared! ¿Qué...? - su postura primero relajada al ver que era yo volvió a ponerse en guardia al pasar sus ojos por el cuarto y valorar el desastre que había hecho yo en segundos. En ese momento me permití mirar también: mi determinación sufrió un pequeño revés al ver por mí mismo que de verdad había dejado el despacho patas para arriba, pero volvió con insufladas fuerzas. "Qué demonios," pensé, "si debe enterarse que estoy tras la verdad, que lo haga". Sentía un perverso alivio de quitarme este peso por fin. Dirigió sus ojos hacia mí nuevamente con un claro indicio de sospecha -. Si buscabas algo, sólo deberías de habérmelo pedido, amigo - expresó con voz lúgubre.

Hombre de Negocios (HISTORIA TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora