25: Procesos

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Imagen en multimedia: Daniel. Su personaje está basado en el aspecto físico de Nick Bateman.

Allegra

No sé cuánto tiempo lloré, debieron ser horas, mientras Maite me aferraba sin decir nada, compartiendo mi dolor y haciéndolo suyo.

Le había contado absolutamente todo. Le había narrado que en el viaje de ida hacia el parque, Jared había estado distante, y que ni siquiera me había dado un beso para saludarme.

Se había mostrado esquivo y casi no me había visto a los ojos.

Comenzó una perorata pidiendo disculpas por citarme allí, pero que había preferido que fuese un sitio neutral, no su casa, ni la mía.
Me dijo que yo era una mujer espléndida y no sé cuántas idioteces más, no le presté demasiada atención a sus palabras ya que sólo podía concentrarme en sus gestos de incomodidad, como rascarse la cabeza o pasarse la mano por el rostro, y de nuevo acudió a mi mente la pregunta de cómo habíamos llegado allí.


Volví a atender lo que me estaba diciendo cuando dijo que no podía seguir conmigo y que prefería que no nos viéramos más, y ahí sí que de verdad, dejé de escucharlo.


Veía sus labios moverse pero no podía saber lo que decía. En mis oídos lo único que resonaba era una explosión fuerte, un zumbido constante como producto y resultado del derrumbe que ocurrió en mi interior. Sólo podía oír como mi mundo acababa de hacerse pedazos, y asentí apenas, sin entender del todo lo que me estaba diciendo.

En algún punto de su conversación me giré y lo dejé hablando solo.

No tenía sentido oír más justificaciones ni excusas de su parte, no quería hacerlo.

Dolía.

Me siguió unos cuantos metros pidiéndome que lo dejara llevarme a mi casa.

No acepté.

Mis pies se movían como por inercia y en menos tiempo del que creí, me habían arrastrado de vuelta a mi departamento.

Maite llegó media hora más tarde.

Se quedó a dormir conmigo, ocupando un lado de mi cama de dos plazas. La veía dormir plácidamente y me sentí culpable con ella por haberle hecho quedarse despierta hasta tan tarde.

Cuando mis ojos no tuvieron más lágrimas que derramar, la tristeza dio paso a un sopor, un dulce y confuso sopor que me había invadido por momentos durante aquella tarde, y dejé que me abrazara y me envolviera por completo.

Así dolía menos. De hecho, no dolía. No sentía nada en lo absoluto.

Y recién ahí, con un fuerte suspiro, me acobijé en las frazadas y me quedé profundamente dormida.






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Los días pasaron.

Tres, cuatro días, una semana.
El sopor en el que me había sumergido seguía presente y lo agradecía, me había propuesto no incomodar ni preocupar a mis amigos, aunque tanto Maite como Daniel me conocían bien y se mantenían ojo avizor, bastante más predispuestos que de costumbre, y eso era mucho decir.

Hombre de Negocios (HISTORIA TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora