Jared
El agua corrió por mi rostro por décima vez aquella mañana, en un desesperado intento porque su fría temperatura despertase alguno de los músculos de mi cara, permitiéndome sentir algo.
Hacía cuatro días me había convertido en poco más que un ente, un ser inanimado que vagaba con un único objetivo.
Allí, encorvado frente al lavabo, alcé la vista para encontrarme con la imagen de un hombre que no parecía yo, pero la poca cordura que me quedaba dictaminaba que aquel reflejo era, por defecto, el mío: una especie de espectro pálido y con grandes círculos alrededor de los ojos me devolvía la mirada.
El cansancio extremo que experimentaba me hizo quedarme estático, sin poder moverme, permaneciendo unos segundos de más allí, en esa posición, sólo contemplando ese pedazo de mí; y fui vagamente consciente, ahondando un poco más en esos ojos que estaba viendo, de que en ellos no había nada.
No había ningún tipo de expresión en lo absoluto, en la mirada de ese hombre: sólo la helada y horrible certeza de que lo ha perdido todo.
Sacudí la cabeza y bajé la vista.
Me obligué a convocar a los recuerdos, la imagen de ella precisamente, como hacía en cada momento, a cada hora, a cada minuto de cada nuevo puto día, para no perder las fuerzas. Para encontrarla. Para no fallarle. Para no morir.Su mirada chocolate acudió primero, llena de alegría y vitalidad; su boca de fresa, después. Si cerraba los ojos y me dejaba llevar por el recuerdo, quizás pudiese evocar el sonido de su risa.
Mis labios se sesgaron, curvándose inconscientemente hacia arriba, mis párpados fuertemente apretados, cuando en mis oídos resonó aquella carcajada cantarina y angelical, instalando en mi pecho algo cálido, parecido a la alegría.
O quizás sólo era nostalgia.
Me vi de pronto a mí mismo respirando agitado ante la noticia que había recibido por parte de Juan Cruz, con el teléfono en la oreja. Vi un pasillo destrozado, las puertas de mi casa abiertas.
Mis nudillos se volvieron blancos en tanto mis dedos se cerraban cada vez más en el borde del lavabo, ciñendo con fuerza el frío mármol.
Una mochila rosa.
Mis párpados se abrieron bruscamente, como si el recuerdo me hubiese quemado por dentro, volviendo a enfocar a aquel tipo en el espejo que ahora respiraba irregularmente y tenía los ojos llenos de lágrimas.
La angustia se hizo presente, como en cada segundo de aquellos fatídicos días, arrasándolo todo en mi interior, instalándome en el pecho un dolor inmenso; invadiéndome por completo de una horrible ansiedad disfrazada de energía que parecía enviar impulsos a través de todos mis poros.
La única definición que encontré que quizás podría explicarlo, es: sentir que estás confinado dentro de tu propio cuerpo.
Abrí el grifo del lavabo, y otra vez me eché agua en el rostro. Devolviéndole la mirada por última vez al hombre del espejo, consulté mi reloj, las ocho y cuarenta de la mañana, y me dispuse a abrir la puerta del cuarto de baño, para convertirme nuevamente en aquel hombre frío y calculador, pragmático y práctico que había tomado posesión de mi cuerpo otra vez, hacía cinco días.
La visión del entorno me ayudó a volver a la realidad. Mi casa era un jaleo de gente y aparatos, cables y ordenadores por todos lados. Policías y detectives iban de acá para allá sin parar, consultando datos, posiciones y vociferando órdenes.
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Hombre de Negocios (HISTORIA TERMINADA)
RomanceEn estos días, la continuación!!! Libro II: Hombre de Negocios - Jugando con Fuego "Encuentro" Un hombre de negocios bien plantado en su carrera, con un futuro brillante, una empresa a cargo y muchos dilemas que resolver, pero su vida está vacía hac...