27: Despedida

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En multimedia: Lo que más – Shakira.
Canción del adiós interpretada por Allegra al final de este capítulo.

Allegra

Cerré la puerta de mi casa sabiendo que su coche me había seguido de cerca todo el camino. No había querido siquiera voltear. Me quedé unos segundos de pie donde estaba, cerrando los puños por la rabia y acto seguido lancé mi bolso contra el sillón, gritando de impotencia.

Me dejé ir como pocas veces me lo permitía, sollozando sin control, las lágrimas nublando mi mente y mojándolo todo, recargada contra la puerta me dejé caer lentamente al suelo. Lloraba de tristeza y angustia por haberlo vuelto a ver y comprobar que seguía igual o más hermoso que antes, haciendo, si eso era posible aún, más grande la herida que doblegaba mi alma y mi corazón; lloraba también de rabia por haberme obligado a volverlo a ver, y más aún porque al descubrirlo a mi lado,  tomándome por completo de sorpresa, lo único que pude pensar fue: "¿cómo estará? Tiene ojeras. ¿Habrá sido muy doloroso el aniversario de la muerte de su padre? ¿Cómo habrá llevado el día? ¿Habrá estado acompañado o se aislaría del mundo?"

De hecho estuve a punto de preguntárselo, de indagar acerca de cómo estaba, de abrazarlo y susurrarle al oído que todo iba a estar bien.

Luego volví a la realidad, y reconocí con cierto egoísmo que me hubiera gustado más bien que él tuviese ese actitud conmigo, que me sostuviera en sus brazos diciéndome que todo iba a pasar.

Yo le hubiese creído. Incluso si me decía que el cielo era rosa y los cuentos de hadas reales, le hubiese creído.

Allí derrumbada en el suelo frío de mi departamento, la rabia pasó a convertirse en una ira ciega.
¿Qué se creía? ¿Acaso pensaba que yo iba a creer en su genuina preocupación por mí? Culpa sintió, nada más, por lo que sea que le hubiese dicho Maite, con quien ya hablaría luego, y por eso tuvo la necesidad de venir a... ¿A qué? ¿A pedirme perdón?

Mi llanto era cada vez más fuerte y no parecía desahogar lo que había en mi interior, al contrario, sólo crecía a medida que los segundos pasaban.

Duré ahí casi una hora hasta que una sensación rara comenzó a embargar mi cuerpo y me obligué a calmarme. Sentía la cabeza estallar, mi pecho y garganta ardían como los mil demonios y la tos apareció de nuevo ahogándome.

Me recosté en la cama como pude y las lágrimas siguieron saliendo mientras yo me hacía ovillo y me esforzaba en tragar continuamente el nudo en mi garganta que ya parecía convivir conmigo.

Sentí que algo se trepaba a la cama y en segundos tuve a Tiana frente a mi rostro, quien se acostó pegada a mí, apoyó su pequeña cabecita en mi brazo y comenzó a ronronear con un ritmo suave y acompasado. Su mirada amarilla y el leve ruidito tuvieron un efecto tranquilizante en mí y no supe cuándo, me quedé dormida.






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Ese viernes era apenas la sombra de lo que algún día había sido. Mis ojeras eran enormes, la tos y la fiebre no remitían, pero no quise quedarme en mi casa a pasar otra noche de desvelo y llanto, incluso Eme había llamado ayer para pedirme si podíamos extender un poco más el show, que al parecer le estaba trayendo buenos resultados, y al final terminó insistiendo que me quedara en casa descansando cuando me oyó, pero me negué de lleno. Fui al bar como venía haciendo todas las semanas a cumplir con mi obligación y buscando despejarme, desahogarme aunque fuese un poco haciendo lo que más amaba.

Al llegar, Eme me recibió con un abrazo cálido. A pesar de ser el mejor amigo de Jared, supo lo que había ocurrido desde el primer día, y en ese poco tiempo me había demostrado su apoyo y comprensión.

— Está todo dispuesto para que empieces cuando quieras – mencionó señalando desde el otro lado de la barra la pequeña plataforma de madera que servía a modo de escenario, sobre la cual estaba esperándome el pequeño ordenador, los grandes parlantes y la consola que le daba vida al micrófono y la música, funcionando y emitiendo luces.
Tomó un tazón que tenía a su lado del cual salía humo y me lo acercó con una mirada de compasión por encima de la gran barra de la mesa — Es un té con miel y limón, tiene también un antigripal para reducir un poco la congestión — me informó ante mi mirada inquisitiva.

— Gracias – le dije sonriendo apenas, tomé el tazón y me lo llevé a los labios. Sabía delicioso y era muy reconfortante. Eme se dedicó a mirarme mientras bebía a sorbos el té.

— ¿Sabes que tendrías que haberte quedado a descansar, verdad? – mencionó tristemente.

— Yo quería venir — susurré apenas con la taza entre mis manos, disfrutando del calor que transmitía la porcelana.

— Lo sé — contestó comprendiendo el motivo por el cual no había querido quedarme en casa. Eme era muy observador y fue testigo de cómo había surgido mi relación con Jared, él mismo parecía triste por la ruptura. Decía que en este corto tiempo me había tomado cariño, y llegó a confesarme en un rapto de sinceridad que estaba contento de que su amigo se decidiera a sentar cabeza con una mujer como yo. En ese momento, sus palabras me habían emocionado, ilusionado y colmado de dicha —, lo sé. Por eso te hice el té, para por lo menos aliviarte un poco ya que decidiste venir.

Sonreí y asentí a modo de agradecimiento mientras seguía dandole pequeños sorbos al tazón. Para cuando terminé el antigripal parecía estar haciendo su trabajo, ya no tenía la nariz tan tapada ni la cabeza tan abombada. Suspiré con algo de alivio al ver que había funcionado.

Eme se alejó para preparar unos tragos que habían ordenado y me dirigí al escenario a aprestar los últimos detalles.

Mientras esperaba a que un grupo de gente que recién llegaba se acomodara para empezar, su imagen apareció sin previo aviso, como cada vez que me disponía a cantar y lo buscaba con la mirada en aquella mesa donde solía sentarse a escucharme, con su vaso de cerveza.

Esa mesa, a pesar de estar el bar lleno, hoy se encontraba vacía, como si fuese algún acuerdo tácito de la gente que estaba allí en no elegirla exclusivamente, como si aún estuviera impregnada de su presencia y su aroma masculino a dulce y madera, como si nadie quisiera perturbarme el recuerdo de verlo allí cómodamente instalado, oyéndome admirado, sonriéndome embelesado, como sólo él sabía.



Me obligué a pestañear para alejar las lágrimas que nuevamente se habían instalado en mis ojos, y sentí la necesidad de hacer el dolor a un lado de alguna manera.

Me acerqué a Eme y le consulté acerca de los cambios que quería hacer en nuestra presentación de aquella noche. Necesitaba, por esta noche, despedirme de él para siempre, e iba a hacerlo como mi cuerpo mejor se expresaba: cantando. Frunció el ceño ante las canciones que le dije quería cantar en esa ocasión, pero no presentó objeción. Se dispuso a seguir con su trabajo y cuando estuvo todo listo, las luces del local se apagaron, los reflectores se encendieron y yo comencé con la primera canción. En mi interior, se la dedicaba a él mientras observaba su lugar vacío. La mirada de Eme, de pie detrás de la barra, se cruzó con la mía en cierto momento, destilaba tristeza.

Me dispuse a seguir con la segunda luego de los aplausos del público y luché por tragar el nudo que vivía en mí últimamente y que se hacía más profundamente doloroso ante mi particular manera de despedirme de él.




Los minutos pasaron y yo guardé mi mejor carta para el final. Esa única letra con la cual, sabía, le estaría diciendo adiós para siempre. Cuando comenzaron los acordes me dejé llevar como siempre hacía, pero esta vez de una forma dolorosa, personal. Podía sentir mi voz deslizarse por las sílabas arrastrando consigo el dolor que provocaba sentirlas, intentando lavar los recuerdos, el aroma de su cuerpo de mi piel. Esperaba que esa canción fuese, además de la última del show, el cierre definitivo que me permitiera cerrar un capítulo, y no el libro completo.

"Sabe Dios, todo el amor que juramos, pero hoy nada es lo mismo, ya no vamos a engañarnos.
Soy, una mujer en el mundo
Que hizo todo lo que pudo, no te olvides ni un segundo..."

"Eres lo que más... he querido, en la vida lo que más... he querido."

Hombre de Negocios (HISTORIA TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora