Maldito caracter

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Pov Bella

Estoy en el hotel con Jud, mi madre. No puede ser que de una chica con tres trabajos pase a ser hija de millonarios de noche a la mañana. Yo siempre he trabajado y he luchado por salir adelante. Y eso lo van a tener que entender.


—¿Ehhh, mamá? —le digo incómoda, me gusta esa palabra, pero aún no me acostumbro a decirla.

—Dime, cariño —me dice con esa voz tan tierna—, ¿necesitas algo? —me dice.

—Eh, pues yo quisiera hablar con el Sr. Eri... que diga con mi padre y contigo —digo tímidamente, joder, Bella, que está grandecita.

—Ammm, por supuesto mi vida. Aunque ahorita tu papá está en una reunión en Muller —me dice y yo no sé qué es. Ella me mira y sonríe:

—Tu padre es dueño de Muller, una empresa alemana de fármacos. La empresa ha crecido mucho y tiene sucursales en todo el mundo; la principal está en Alemania, nuestro hogar, pero también hay en España, Inglaterra, Estados Unidos y Japón —me dice y yo la miro sorprendida.

—Claro— antes de poder decir ni pío, entra uno de esos hombresotes que nos sigue. A todos lados.

—Señora Zimmerman, su padre y su hermana están aquí —dicen y ella se para feliz y encantada de la vida— muchas gracias, hazlo pasar - Se le ve muy contenta; ella es tan hermosa y joven; entiendo porque mi padre la mira como perro embobado.

—Morenita... —dice un señor que la mira con todo el amor del mundo y que la abraza como si no hubiera una mañana, de unos 60. Joder, soy mala para poner edades.

- Papá ! - dice Jud, joder él es mi....

—Cuchuuuuu... —Esperen, esa voz chillona la conozco; si no me equivoco ella vendría a ser mi tía.

—Me alegro mucho de verlos, vengan, les voy a presentar a Bel... —no termina de decir y yo me presento.

—Hola. Soy Hannah; aunque me dicen Bella hace 11 años, creo que para ustedes soy Hannah. Un gusto en conocerlos —les digo y el señor se acerca a mí.

- Princesa. No hay duda, mi amor, mucho gusto; yo soy Manuel Flórez, padre de estas dos muchachas. Yo soy tu....

—Abuelo... —digo sorprendida por la voz de este hombre que transmite serenidad y paz.

—Sí, ¿sabes que lo es lo primero que vi al entrar en esta habitación? —me pregunta y yo niego.

—¿El color de tus ojos —me dice y yo obviamente lo miro confundida—, mis ojos?

—Sí, preciosa, es exactamente el mismo color que mi amada esposa tenía, color caramelo —me dice con nostalgia. Y yo sonrío.

—¿Puedo abrazarte? —me pregunta y yo no respondo si no lo hago.

Como se ha hecho una costumbre, mis mejillas están empapadas de lágrimas. Este abrazo es uno de los más tiernos que he tenido en toda mi vida.

Al separarnos me mira y acaricia mi cara. Yo quiero decirle que lo siento, que yo no recuerdo; pero mi corazón y mi alarma definitivamente lo conocen. Él, como si leyera mis pensamientos, me mira comprensivo y dice.

—Lo sé, mi niña, no tienes porque decirlo. Todo a su paso y verás que con el tiempo recordarás. Tus sentimientos nunca se van, mi amor. Los recuerdos sí, y verás que eso nos sucede a todos, pero el afecto y el cariño siempre estarán ahí.


Yo asiento como puedo y veo a la que viene a ser mi tía.

- Bella, yo soy tu tía Raquel. Ay, mi niña, te hemos echado de menos. Pero como dice mi sabio padre, todo a su tiempo, mi amor. Y sabes que aquí estamos para apoyarte todos. Te amo mucho, Hannah —me dice y yo la abrazo, que linda que es.

Mi madre nos mira con lágrimas en los ojos. Y yo también soy tan parecida a ella.

—Bueno, bueno, ya basta de llorar —dice mi tía Raquel—; que hay mucho que hacer. Este fin de semana vamos a celebrar el recuento de Hannah —dice y yo la miro con cara de "qué carajos". —No, señorita, no me mires así.

Hay que estar con la familia. Y tú tienes más que conocer. Somos una familia numerosa y tanto Lucía como Luz están locas por compartir contigo de nuevo.

—Raquelita, hija, no te emociones y tómalo con calma, hija —dice mi señor Manuel.

- Ya lo sé papa. Pero saben que soy muy observadora y desde aquí te digo que esta princesita, aunque tenga toda la cara de Jud, tiene todo lo hermético al cabezón alemán de su padre y la terquedad de tu morenita.

Mi madre suelta una carcajada, negando con la cabeza.

—Raquel, no la presiones— dice y viene a mi lado. —Aunque tenga razón —dice mirándome—, mi niña, tienes la mirada de tu padre y su maldito carácter - Yo frunzo el ceño. ¿Joder tanto así?

ZIMMERMAN'S&GREY'SDonde viven las historias. Descúbrelo ahora