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No sé cuánto tiempo ha pasado.

Ni cuánto tiempo pasará hasta que logre perdonarme por lo que te hice, pero... lo siento.

El daño y la forma en la que lo causé, porque te merecías y te mereces algo mejor que eso.

Incluso algo mejor que lo que te podía ofrecer.

Espero que seas feliz y que me perdones... aunque en el fondo ni yo misma pueda hacerlo.

Ojalá pudiésemos retroceder en el tiempo y cambiar nuestros errores.

Te prometo que lo primero que haría sería no hacer lo que me atreví a hacer.

Porque me arrepiento de haberte hecho daño, pero sobre todo... de haberte dejado ir.

Las cosas parecía que iban bien... pero no se sentían igual.

El tema de lo que Justin y yo teníamos... se le había ido de las manos a todo el mundo; incluso a gente en la que yo confiaba. Como si fuese algo importante, habían relacionado la foto de mi Instagram de las vistas del lugar donde había llevado Justin, con la que él había subido esa misma tarde del volante de su coche.

Estaban enfermos.

Habían empezado a molestarle a él también, preguntándole si estaba conmigo para que en caso de que la respuesta fuese negativa, Justin les diese mi número y ellos pudiesen intentar algo conmigo. A mí, por otro lado, cuatro de cada cinco chicas que me veían por la calle o la universidad, se dedicaban a lanzarme miradas de odio o de envidia; de esas que si pudiesen, mataban.

Ciudades pequeñas, grandes infiernos.

Además, habían pasado dos días de mi pequeña discusión con Izzy y apenas nos hablábamos. Solo cruzábamos un par de palabras por la mañana en el comedor de la residencia y durante la comida en la cafetería de la universidad, pero hasta ahí había llegado nuestro contacto en esas 48 horas. Sophie intentaba que la relación mejorase, porque en realidad era una auténtica tontería, pero debido al agobio que llevaba encima por aquel tema, yo no daba mi brazo a torcer.

Era viernes y Justin me había llamado para quedar a comer, cosa que me sorprendió al principio. Lo de que nos viesen juntos, no se había convertido en nuestra cosa favorita.

Dejé a Lola en los aparcamientos del restaurante y empecé a caminar hacia la entrada de este sobre mis botas de tacón. Llevaba un suéter que me quedaba suelto, blanco y con mangas de tres cuartas que quedaban sueltas también; los jeans negros altos se ajustaban a mi figura, la cual se realzaba por las botas, del mismo color de los pantalones, que resonaban contra el piso. Ni siquiera me había preocupado en maquillarme –más por pereza que por alguna otra razón–, simplemente llevaba máscara de pestañas y un pintalabios color nude.

Finalmente, entré en Rome's, el mejor restaurante italiano de toda la ciudad y en el que podías pasar toda la tarde sin darte cuenta. Tras hablar con la camarera que me atendió, me condujo hacia la parte de atrás del restaurante: las mesas de este se extendían por el precioso jardín que tenían, adornado con una fuente en la parte trasera que parecía estar resguardada por nomos de jardín.

Cuando nuestras miradas se encontraron, Justin dejó el móvil encima de la mesa, sonrió levantándose y esperó a que yo llegase a ella; al hacerlo, me llevó hacia él y dejó un suave beso sobre mis labios, haciendo que todos los dolores de cabeza que nos involucraban a los dos pasasen a un segundo plano en cuestión de milésimas.

No Promises • jbDonde viven las historias. Descúbrelo ahora