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i'm bad at love


 –Venga ya –acarició mi mejilla con cariño, mirándome fijamente a los ojos–. Sabes que te quiero.

–Pero –me interrumpió.

–Ya hicimos funcionar esto una vez –pegó su frente a la mía, haciendo que sus ojos me atravesasen por completo–. Podemos hacer que funcione otra.

Pegó sus labios a los míos, haciendo que, como cada vez que me besaba, me perdiese en él y en cómo sus palabras me envolvían por completo. Su lengua buscó la mía y sus manos descendieron por mi espalda hasta el principio de mi trasero.

Cuando se separó unos segundos después, me quedé embobada mirándole.

–No quiero pasarlo mal, Mike.

Él volvió a acariciarme la mejilla.

–No pienso dejar que eso pase. Te lo prometo.

Y por eso no quería más promesas en mi vida.

Porque me había destrozado el darme cuenta de que algunas personas las decían por decirlas y que su intención no siempre era cumplirlas. Porque hay gente que pasa por tu vida prometiéndote que te va a bajar la luna, pero cuando te vienes a dar cuenta, no han sido capaces de parar a admirarla contigo.

Mi ex-novio había sido una de esas personas.

Me había prometido miles de cosas: que no me haría daño, que me quería, que estaría para mí en cualquier momento y, así, la lista seguía interminablemente.

A lo largo del tiempo, me había dado cuenta de que las palabras carecían de significado para mí, al igual que el valor que ellas cargaban; todas eran frágiles, vacías, inútiles, sin verdad alguna. A la gente no le importa abrir la boca y que de ella salgan promesas que, en caso de ir a algún sitio, nunca iba a ser en el que tú estuvieses; porque todas esas promesas carecen de fuerza y peso.

Por eso las rompen sin darse cuenta y por eso el viento suele llevárselas con tanta facilidad.

Sin embargo, los hechos no son así. Los hechos se quedan, permanecen y te marcan. Te marcan de verdad. Te demuestran mucho más que juramentos tan largos como el pelo de una princesa que una vez estuvo atrapada en lo alto de una torre.

Mucho más que palabras que te hacen llorar: de emoción la primera vez que las escuchas y de tristeza cuando te das cuenta de que nunca fueron verdad.

–Justin... –suspiré.

–Sé que no quieres escucharme –asintió–. De verdad que lo sé, porque en su momento no te di ninguna explicación, pero... por favor.

Me atreví a mirarle a los ojos y en seguida me arrepentí; me arrepentí porque me embaucaron y me enseñaron que de verdad quería hablar conmigo y darme una explicación.

Me enseñaron su alma.

–Creo que deberías haber llegado a esa conclusión antes –me encogí de hombros.

–Llegar a conclusiones no es lo mío –me miró con sinceridad–. Y pensar tampoco –sonrió levemente.

Yo me tragué una sonrisa por lo último que había dicho. ¿Que si le daba una oportunidad para que se explicase? Quizás si lo hacía entendería a qué había venido su cabreo cuando yo había discutido con Amber o su decisión en la cena de cumpleaños de George.

No Promises • jbDonde viven las historias. Descúbrelo ahora