Capítulo 18

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LLego a la habitación mientras reviso mi instagram. ¡1439 seguidores! Muero. Nunca pensé que pudiera conseguir tantos seguidores. Al entrar veo a Ainhoa tirada en su cama, sin usar el móvil ni viendo la tele, simplemente mirando al techo embobada.

—Me... —Toma aire dramáticamente y continúa con la voz ahogada—. Muero.

Cualquier persona normal echaría a correr hacia ella o llamaría urgentemente a un médico, pero, 14 años con esta loca me han servido para saber cuando está haciendo el tonto.

—Necesito.... —Vuelve a tomar aire—. ¡Agua!

Me acerco al armario y saco una botella de agua que había guardado para... pues sinceramente, no sé porque la guardé. Se la lanzo y le cae justo en el estómago por lo que pega un salto asustada, bueno, y dolida.

Ups.

—¡Bruta! —me grita, pero rápidamente se lanza para darle un buen trago. Cuando separa la botella de su boca pega un suspiro y me mira—. Creo que lo único que no voy a echar de menos de Cuba cuando tengamos que volver a España va a ser el calor —Se vuelve a tirar de espaldas a la cama y entonces es cuando me doy cuenta de que sólo lleva puesto el bikini, y que en el suelo está el resto de su ropa, que en sí se compone por un pantalón vaquero corto y un top blanco—. ¡Me muero! Debemos de estar a sesenta grados por lo menos.

—¡Anda ya! ¡Exagerada! —digo sentándome en mi cama, que está más cerca de la puerta del balcón, así que me da la corriente, o eso pensé cuando la escogí, pero por lo visto aquí no existe el viento.

Siempre tenemos la puerta que da al balcón abierta, pero ahora que lo pienso, nunca hemos salido afuera, no sé porqué. Estoy a punto de levantarme y salir, simplemente para ver que vistas tenemos, cuando Ainhoa se sienta de golpe en mi cama justo detrás de mí y enciende la televisión.

Doy mi idea por desechada y me tumbo junto a ella, le arrebato el botellín de la mano y le doy un buen trago.

—¿Es que no hay nada bueno aquí? —se queja mientras va haciendo zapping en los distintos canales.

Tira el mando a un hueco en la cama y yo rápidamente le cojo, poniendo los ojos en blanco, y paso los canales lo más rápido que puedo.

"Eso parece malo. Basura. Ya lo he visto. Eso lo ve mi hermanita. ¿Eso de cuando es? De 1950 o ¿como?" pienso mientras cambio una y otra vez de canal. Me paro en uno en el que aparece una mujer de pelo negro rizado gritando: ¡Ay Alberto! ¿Pero tú me quieres?

—A no ser que quieras ver "El balcón de los helechos"... —digo riendo mirando la pantalla, tiene una pinta de mala que no puede con ella y además parece de hace unos cuatrocientos mil años—. No hay mucho más.

Ella hace un mohín.

—En fin —me arranca el mando de la mano y apaga la televisión—, enséñame las fotos que has hecho, me lo merezco considerando que desapareciste sin dejar rastro, y lo más importante, con MI cámara.

Sonrío tal y como lo hace ese emoticono en WhatsApp, el de la gotita en la frente de: ¡Oh Dios! ¡Me han pillado!

—Lo siento... —digo alargando la "o" lo más que puedo.

—¡Enseñamelas! —me insiste.

Yo le paso dos de ellas (la de los pájaros y la del claro en el que estuve) y las observa detenidamente. Después, me felicita diciendo que son espectaculares, pero que esa cámara no es para sacar fotos a aves multicolores.

Sin maldad alguna, y solamente por su seguridad emocional, y porque no quiero pasarme el día dando explicaciones, guardo disimuladamente la que me he hecho con Zabdiel en el bolsillo trasero del pantalón. No me quiero ni imaginar su cara si ve esa fotografía. Se pondría a gritar que ya empiezo a ser una Cncowner o que qué suerte tengo, qué la podría haber llamado o cualquier locura por el estilo. Así que mejor, no contárselo, o contárselo más adelante.

Hey Dj!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora