Capítulo 23

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—YO SÓLO LA MIRÉ Y ME GUSTÓ, ME PEGUÉ Y LA INVITÉ: "BAILEMOS, ¿EH?" LA NOCHE ESTÁ PARA UN REGGAETÓN LENTO, DE ESOS QUE NO SE BAILAN HACE TIEMPO —resuena a todo volumen por toda la habitación.

Me doy la vuelta en la cama y me tapo la cabeza con la almohada, frustrada. "¡Quiero dormir!"

—YO SÓLO LA MIRÉ Y ME GUSTÓ, ME PEGUÉ Y LA INVITÉ: "BAILEMOS, ¿EH?" LA NOCHE ESTÁ PARA UN REGGAETÓN LENTO, DE ESOS QUE NO SE BAILAN HACE TIEMPO.

—¡AINHOA! —grito haciéndome oír sobre la maldita música—. Apaga tu put....

—¡Pii! —Hace con la boca el ruidito que ponen en la televisión cuando alguien dice una palabrota y se da la vuelta hacia la mesita de noche, estira el brazo intentando alcanzar su móvil pero no llega—. ¡Ay! Qué pereza —exclama.

Hundo mi cara en la almohada.

—¡AINHOA! —bufo más fuerte.

—Vale, vale, tranquila —dice.

El despertador deja de sonar en cuanto oigo un CLIC que indica que Ainhoa lo ha apagado. Seguidamente, oigo un sonido del fru-frú de las sábanas al ser apartadas de su colchón. Oigo también como abre el armario, se viste y abre las cortinas. Todo esto, mientras yo gimo y babeo contra mi almohada.

Harta, ella me tira de las sábanas destapándome completamente.

—¡Vamos! —grita—, Olivia, ya son las seis menos diez...

Bufo.

—¡Olivia! —Y me tira del brazo—. ¡Vamos!

Bostezo. Tres veces.

—Como no te levantes, juro por dios que le digo a Roberta que abandonas.

Mis ojos se abren al instante.

"Todo menos eso" Vaya, nunca pensé que diría eso.

Como catapultada por un resorte, me levanto, me quito el pijama y me pongo la camiseta y el pantalón corto que me ha dejado mi mejor amiga sobre la cama mientras ella intenta volver cristianas las camas para que no parezca que ha pasado por allí un terremoto o algo parecido.

—¡ESTOY LISTA! —berreo en cuanto veo que mi móvil marca que faltan tres minutos para las seis.

Ainhoa sonríe irónicamente.

—No pensarás ir así, ¿no? —yo asiento—. Vete a duchar anda.

Le hago caso como si de mi madre se tratase y me voy al baño. Diez minutos después salgo, secandome el pelo con una toalla.

—Bien, ahora, hagamos algo con esas ojeras.

Me miro en el espejo y con gran pesadumbre, le doy la razón a mi amiga y me aplico un poquito de anti-ojeras. Lo suficiente como para que tape, pero que no se note.

Mientras terminamos de prepararnos, pasan diez minutos más (y yo bostezo otras cinco veces, dato importante) y en cuanto Ainhoa y yo cogemos nuestros móviles y una mochila con cosas útiles del tipo: un espejito, unas galletas (de la máquina expendedora, obviamente) y unas botellas de agua, un pequeño peine, un estuche y una libreta (nunca sabes cuándo los vas a necesitar) y dos baterías externas junto a dos set de auriculares; salimos de la habitación con la llave en un bolsillo interno de la mochila.

Bajamos a la entrada del comedor sobre las seis y diez y vemos a Gisella y a Anaís hablando animadamente en dos sillones en la entrada del hotel.

—¡Hola, chicas! —exclama Ainhoa muy sonriente. Ellas nos devuelven la sonrisa—. ¿Qué hacéis aquí?

Hey Dj!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora