Capítulo 28: Una kermés llega a San Sebastián

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Marino y Rosalinda se encontraban recostados. Ambos estaban exhaustos y el sudor bañaba sus cuerpos. El rubio miraba hacia la puerta, quería salir huyendo, dejar atrás a Rosalinda que cada vez se volvía más molesta, y al mismo tiempo más atrayente, como si de un espiral se tratara.

—No sabes lo feliz que soy a tu lado —le dijo la joven, enderezándose. Marino solo soltó un gruñido—. Me gustaría brindar por nuestra relación.

Marino torció los ojos, mientras la muchacha sacaba de un costado de la cama, al que él no tenía acceso, una botella sin etiqueta y dos copas.

—Déjame servirte —dijo nerviosa, poniéndose de pie completamente desnuda.

Marino también se levantó, pensó en ponerse al menos su calzón, pero se abstuvo al ver que la chica no tenía ningún inconveniente con su desnudez.

Rosalinda le dio un pequeño beso y le entregó la copa.

—¿Sabes?, he estado pensando, no hay razones para que nos veamos a escondidas, deberíamos formalizar... —La sonrisa de la chica se borró en cuanto percibió que Marino la miraba con la cara roja por la ira. Su copa aún seguía llena.

—¡¿Qué demonios significa esto?! —interrogó el joven, alzando su copa.

—Es... es un vino de...

—¡Me refiero a esta idiotez del listón!— gritó el rubio, señalando el listón rojo que rodeaba la copa.

—Es... Es...

—¡Es una reverenda idiotez! —gritó Marino, estrellando la copa en el suelo.

Rosalinda retrocedió asustada al ver que Marino caminaba hacia ella.

—¡Esa estupidez es brujería de riaquelma! ¿No es así?

—Yo solo... yo q-quería... yo...

—¿¡Tú qué!? —espetó Marino, cuando la espalda de la chica tocó la pared—. ¡¿Tú qué?! —le gritó mientras tomaba su delicada cara con brusquedad.

—¡Yo solo quiero que me ames! —confesó Rosalinda, rompiendo en llanto.

Marino la arrojó con brusquedad al suelo.

—¿Y crees que con estas estupideces lo vas a lograr? ¡Considero idiotas a los que creen en estas tonterías! ¡¿Crees que comportándote como una estúpida me vas a enamorar?! —Marino se puso en cuclillas y con la punta de dos dedos golpeó en la sien de la chica—. ¿Acaso eres tan estúpida para creer en estas cosas? —Rosalinda negó con la cabeza, hecha un mar de llanto—. ¡Entonces no lo hagas! —El rubio tomó el resto de su ropa y salió de la habitación. Se cambió rápidamente y tomando su caballo, se largó de ahí.

Esa misma noche, durante la cena, la sirvienta llevó dos cartas recién llegadas, una para Lunet y para sorpresa de todos, la otra para Soe

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Esa misma noche, durante la cena, la sirvienta llevó dos cartas recién llegadas, una para Lunet y para sorpresa de todos, la otra para Soe.

«¿Quién podría escribirme?», pensó, mientras veía el escudo que sellaba la carta, un águila de dos cabezas, rodeada en un marco de espinas. El contenido de la carta provocó que el chico se sonrojara a un punto que todos notaron:

Flor Imperial: Tercia de corazonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora