Capítulo 31: Despierta.

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A pesar de que Lunet había querido quitarle algunas responsabilidades a Camelia ahora que tenían intimidad, la riaquelma se negó rotundamente. Atentaba contra su orgullo y su dignidad.

La mulata había sido mandada al mercado por algunas cosas para la comida, mientras caminaba, su pensamiento era ocupado por Lunet. Indudablemente era atractivo, guapo y seductor, además de viudo, por lo que no había impedimento para tener una relación abierta y plena, el único problema, era el mismo por el que Fortunata y Píramo sufrían en silencio: el estereotipo social, que dicta que un rico jamás andará con un pobre, menos aun con un riaquelma.

Lo peor de su situación era que esas ideas Lunet las tenía muy arraigadas, y si se había acostado con ella, era por la calentura únicamente. Camelia se mortificaba al pensar que Lunet pudiera menospreciarla y rechazarla como lo hacía Fortunata con su hermano.

Una música alegre llegó hasta los oídos de la mujer, al reconocer aquella sonata divertida arrancada de algunas flautas y guitarras, sintió que su corazón latía apresurado al ritmo de aquella música.

Corriendo y sin importarle su destino original, Camelia llegó a la plaza y pudo apreciar en todo su esplendor una kermes como en la que se había criado. Con emoción y nostalgia caminó por los puestos, reconociendo tantos servicios a los que estaba familiarizada.

—¿Camelia? —le llamó una voz a su espalda.

La mulata se giró y grande fue su sorpresa al toparse con una vieja amiga, una mujer robusta de tés oscura y cabellera espesa y negra.

—¡Morena! —exclamó Camelia, abrazándola—. ¡La buenaventura te acompañe, Morena!

—Va contigo —contestó la amiga—. ¿Qué te has hecho, chica?

—Nada, trabajar únicamente, estoy de sirvienta en una mansión.

—¡Ay, chica! ¿Tú?, ¿de sirvienta? ¿Por qué dejaste la tribu? ¿Recuerdas todas nuestras peripecias? —Ambas rieron ante los recuerdos.

—Píramo y yo nos instalamos, en Costa Blanca, ¿recuerdas? Y ahora estamos ambos aquí.

—Mira tú. ¿Y no extrañas el peregrinaje?

—La verdad que sí, cuando vives sedentaria, la alegría te abandona poco a poco sin que te des cuenta.

—Sí, lo he oído. Y ¿cómo está Píramo?

—Un poco enfermo, pero nada grave —mintió la mujer.

—Ojalá y luego venga para saludarlo. Y ¿qué has hecho?

—Nada, trabajar y envejecer, nada más —contestó con pesar Camelia.

—Chica, a ti te hace falta un baño de tu gente. Peregrinar, volver a tus raíces.

—Sí —aceptó Camelia, pensativa—. Tal vez sería lo mejor.

—Camelia, nuestra tribu va llegando prácticamente, pero nos iremos en chico rato, la gente de este pueblo es más agarrada que en otros lugares, solo vienen a curiosear y nada compran. Oye, chica, ¿no te gustaría que hablara con el koso, y que tú y Píramo se unieran a nosotros?

Estas palabras le cayeron como balde de agua helada. Por unos instantes Camelia se vio así misma tan feliz como su amiga, atendiendo un puesto de adivinación y yendo de pueblo en pueblo. La idea le gustó. Pero también visualizó a Lunet, solo en esa casa tan grande, y sintió miedo de dejarlo.

—¿Quieres que le diga? Seguro que acepta.

—No sé, déjame pensarlo —respondió Camelia, turbada—. Bueno, me retiro. Tengo cosas que hacer.

Flor Imperial: Tercia de corazonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora