Los riaquelma eran personas sin nación, que viajaban en tribus de un lugar a otro, instalándose en los pueblos y ciudades, en kermeses donde obtenían dinero a cambio de servicios esotéricos y venta de cachivaches hechos por ellos mismos.
Por no pertenecer a ningún lugar, y ser gente de pocos recursos, eran considerados un poco más que una plaga. En la escala social, eran el eslabón más bajo: poco confiables, de moral ligera y creencias raras.
Camelia y Píramo eran hermanos, sus padres habían muerto cuando eran jóvenes todavía, pero con solidaridad, su tribu se hizo cargo de ellos hasta que fueron capaces de valerse por sí mismos y retribuir la ayuda. Camelia no solo sabía hacer trabajos de limpias y amarres, sino que era la mejor de la tribu, su energía esotérica era alta, además de que podía echar las cartas de la baraja de "Fantela la grande", una deidad riaquelma, y que no cualquiera tenía la facilidad.
Píramo, el hermano mayor, tenia gran destreza para hacer bisutería con toda clase de materiales rústicos: coco, mecate, hilaza y piedras. Ambos se consideraban felices y agradecidos con la vida.
Una tarde, su tribu nómada, había decidido establecerse en un pequeño pueblo en la costa, pero antes habían hecho una escala en San Sebastián, un pueblito en medio de una zona árida. Fue ahí donde Píramo se enamoró de Fortunata Icaza, una muchacha buena, pero llena de prejuicios. El resto es historia.
La hermana menor sin apellido (ningún riaquelma tiene) jamás imaginó que ambos se encontrarían directamente relacionados con miembros de la alta sociedad. Y ella no con cualquier adinerado, sino con el millonario Lunet De la Rosa y su hermano con la cuñada de este: Fortunata Icaza, viuda de De la Rosa, algo de lo que cualquier riaquelma hubiera hecho gala, cualquiera menos Camelia.
La mujer sentía que todo le daba vueltas, no recordaba ni cuantas copas había tomado, ni en qué momento se trasladaron a la habitación de Lunet, pero si tenía presente cada detalle de lo que hicieron en la cama. De algo había quedado segura, no volvería a llamar insípido al rubio.
Camelia miró al hombre que dormía a su lado. Lunet roncaba suavemente, mientras su pecho velludo se movía acompasado.
—¿Qué hice? —preguntó Camelia, llevándose las manos a la cabeza.
—Me hiciste muy feliz —respondió Lunet, despertándose.
—Espero que sí, me siento muy adolorida.
—¿Adolorida? —preguntó el hombre, desconcertado.
Con picardía, Camelia levantó la sabana y miró lo que Lunet tenía oculto.
—Con razón.
Lunet haló la sabana, cubriéndose.
—¡No seas imprudente!
—Que ternura, pero creo que ya sobrepasamos la relación patrón y sirviente.
—Nunca te comportaste como una sirvienta.
—Sí, ya se. Igualada e insolente, ya me sé la canción... Lunet... —llamó la mujer, poniéndose seria—, ¿qué va a pasar ahora?
—En contra de lo que siempre he creído, creo que lo mejor es no pensar en el futuro.
—Está bien, solo te suplico que no me vayas a hacer daño.
—Estamos en iguales circunstancias ahora —le dijo Lunet, besando los labios de la morena.
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Flor Imperial: Tercia de corazones
RomanceEsta es la segunda parte de Flor Imperial. Han pasado solo dos meses desde la llegada de Soe a la mansión De la Rosa, y ya muchas cosas han cambiado. Nuestro protagonista de ojos bicolores ha afianzado relaciones, y aunque nunca deseó mal a nadie...