Capítulo 38: Una oportunidad de redención

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Fortunata se despertó al día siguiente, sintiéndose terriblemente mal. Su familia la había encontrado esa mañana en un charco de lodo, al parecer, había pasado toda la noche en la lluvia y eso la había enfermado; sentía la garganta inflamada y tenía un poco de fiebre.

Le llevaron algo de sopa, pero no la probó, necesitaba terminar con los tragos amargos que se le avecinaban, necesitaba darle la cara a Lunet y que este la regañara o la corriera, si era lo que quería, por haber amado a Píramo; necesitaba oír el sermón que seguramente Soe le tenía preparado y enfrentar a Camelia, pues si ya no estaba Píramo para unirlas, no se iba a volver a humillar ante una riaquelma que, para colmo de males, era su sirvienta.

Con estas ideas, se puso de pie, y comprobó que le costaba mucho mantenerse erguida, sentía las piernas entumidas y el cuerpo le ardía, sentía que la fricción de la bata de dormir contra su piel tan sensible, le lastimaba.

Se miró en el espejo, sus rizos pelirrojos habían perdido volumen y su piel estaba ruborizada, su frente estaba perlada de sudor y sus ojos mostraban profundas ojeras.

Sin pensarlo mucho tiempo, salió del cuarto, caminó con paso torpe hacia la habitación de su cuñado, cuando algo la hizo detenerse en seco, al pasar junto a una ventana, creyó mirar a alguien en el patio, alguien de piel morena. Emocionada con una idea, corrió a comprobar, pero al asomarse por la ventana, no había nadie. Al parecer, solo había sido su imaginación; eso o los fantasmas de su pasado se empeñaban en seguirla atormentando.

Mientras tanto, en su cuarto, Lunet terminaba de vestirse para ir a la oficina de su fábrica, ya era un poco tarde, pero tenía asuntos que arreglar. En la misma habitación y portando únicamente su camisola, Camelia peinaba sus oscuros rizos.

—De vedad —comentó Lunet—, si necesitas hablar referente a lo de tu hermano, yo podría...

—No lo necesito, enserio. Los riaquelmas tenemos la creencia de que los muertos se atan a este mundo como fantasmas si los vivos no los dejamos ir, y eso incluye vínculos emocionales.

—¿Me estás diciendo que estás dispuesta a olvidarte de tu hermano, por una creencia?

—No olvidarlo, pero si recordarlo con cariño, sin tristezas y siempre consciente de que ya no está entre nosotros.

Lunet abrazó por la espalda a la morena.

—¿Sabes?, aun no me acostumbro a la idea de que Fortunata se entendiera con tu hermano, ¡y más aun que Sarabell fuera su hija!

—¿La idea te molesta?

—No. Me desconcierta y admito que en otros tiempos si me hubiera molestado, tal vez hasta hubiera corrido a Fortunata, pero ahora... ahora no sé.

—Ahora tú y yo tenemos algo que ver. Supongo que eso cambió un poco tu actitud.

—Supongo.

El dolor que se provocó así misma, mordiéndose el labio, hizo que los ojos de Fortunata se cuajaran de lágrimas. Pensó en abrir la puerta y confrontar a su cuñado y a Camelia, pero no sabía cómo hacerlo, se sentía tan mal, tanto física como moralmente, y por desgracia, no tuvo mucho tiempo para pensar, pues Lunet abrió la puerta, quedando frente a frente con su cuñada. Sin tiempo para esconderse, Camelia también quedó en el rango de visión de la pelirroja.

—Fortunata, buenos días... —Al ver como los ojos furiosos de la pelirroja no se quitaban de Camelia, Lunet sintió la necesidad de llenar el vacío—... Camelia me explicó lo que hubo entre su hermano y tú; y yo pensaba que...

Fortunata calló a Lunet con un gesto.

—¿Supongo que vas a decirme que cuento con tu apoyo?

—Como siempre ha sido.

Flor Imperial: Tercia de corazonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora