Capítulo 43: Telegrama

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Alentado por Soe, Lunet decidió no esperar más tiempo, y esa misma tarde les diría a sus hijos su actual situación, tomaría una diligencia y partiría rumbo a Costa Blanca, deseando encontrar ahí a Camelia.

Había creído que sus hijos no aceptarían su amor por la riaquelma, que se burlarían o se indignarían, pero como ambos se sentían atraídos por Soe, les fue imposible juzgarlo, aun así, se mostraron sorprendidos.

—¿Quieres decir... —dijo Darío—... qué te entendías con la sirvienta?

Lunet mantuvo su cara erguida y con todo su aplomo contestó:

—Así es. Sé que suena difícil de creer, pero si ustedes la conocieran, entenderían el porqué de mi proceder.

—No te juzgamos, papá —agregó Marino—, pero si sorprende. Lo que no entiendo es porque la dejaste ir, si tan buena es, y tan enamorado estás de ella.

La cara de Lunet se ensombreció.

—Por tonto. Pero no es nada que aun no se pueda remediar.

—¡¿Irás tras ella?!

—Así es, y si la encuentro y la convenzo de volver, Camelia entraría en esta casa como mi esposa. —Todos giraron la cabeza al escuchar el estrepito de un plato estrellarse contra el suelo.

Manuela apenas entraba con la comida, cuando escuchó las últimas palabras de Lunet, y la sorpresa la obligó a soltar el plato.

—Lo siento —balbuceó la sirvienta, inclinándose a recoger los pedazos de vidrio.

Lunet no pudo evitar sonrojarse al darse cuenta de que su penitencia empezaba, sería la burla de todos, pero, esa situación comenzaba a importarle cada vez menos, al saberse apoyado por su familia y vislumbrar un futuro feliz.

—¿Cuando se irá, tío? —preguntó Soe, para no permitir que se cambiara el tema.

—Mañana mismo, nada mas dejo instrucciones en la fábrica, ya les mandaré carta de Costa Blanca, dándoles noticias.

—No sé qué decirte, papá —confesó Darío, acomodando sus anteojos—. Solo puedo desearte suerte, y espero que con esto, cambien un poco tus prejuicios. —Darío le sonrió a Soe, incomodando al joven.

—Te aseguro que sí, hijo.

Tal como se había planeado, Lunet partió muy temprano

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Tal como se había planeado, Lunet partió muy temprano. Mientras su carruaje salía de las dimensiones de la mansión, un mozo llegaba con una carta.

—Para el joven Marino —dijo, entregándosela a Manuela.

Soe se encontraba en la sala, ya casi llegaba al último capítulo de su libro y estaba haciendo un poco de tiempo para ir por Izcy, para llevarlo a la casa de Perla; cuando Marino se recargó en el quicio de la puerta, con los brazos cruzados.

Flor Imperial: Tercia de corazonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora