Mística no cabía en sí de tanta felicidad, el vestido que Mauro y Marie Bustamante le regalarían para su boda ya había llegado. Fue una tortura llevar la caja desde la fábrica hasta la mansión. Pero ya por fin estaba a solas con Fortunata.
Axel había salido de la habitación para que la rubia se lo probara, la tela suave y satinada se adivinaba cara y su diseño era hermoso, aunque Mística quería casarse usando un vestido rosa y negro, descubrió que le hacía mucha ilusión caminar vestida de novia hacia el altar, para unirse al hombre que de verdad amaba.
Su mirada descubrió en el espejo que estaba sonriendo, e inmediatamente cambió su rostro a su versión neutral. Cada vez era más difícil ocultar sus sentimientos.
«Aunque lo ame con toda mi alma, yo debo regresar a Van Voth, sola y con mucho dinero», pensó con amargura.
—¡Se te ve hermoso! —exclamó Fortunata, sentada en la cama—. Mañana mismo haré cita con la modista para ajustarlo a tu figura y con doña Jimena, para que compremos la joyería a juego. Ahora déjame ayudarte a que te lo quites, para que no se vaya a arrugar.
Mientras que Fortunata desataba el corsé de Mística, la pelirroja evocó el recuerdo de sus hijas, y pensó con amargura que nunca vería a Gema vestida de novia, aunque tal vez para Sarabell aun no era tarde.
—Fortunata —le llamó tímidamente Mística.
—Dime.
—¿Qué tan importante es para usted el estatus social y la riqueza en una relación?
Fortunata se sorprendió por la pregunta, pero aun así contestó:
—Bastante, supongo. La pareja debe ser compatible en todos los aspectos.
—Si supusiéramos... —continúo la rubia—, que Rosalinda Bustamante, por decir algún nombre, no fuera más rica que un riaquelma, pero amara con todo su corazón a Marino. Aun así, ¿se le permitiría...?
—¡No! —contestó bruscamente Fortunata, interrumpiendo a la rubia—. Si no pertenece a tu misma clase social, simplemente no se puede. —Mística ya no dijo nada, bajando la mirada—. Deja ya de pensar en tonteras, niña. Tú tienes todo: apellido, clase y amor. ¿Qué más necesitas?
—Nada más —respondió con pesar la rubia.
Mientras tanto, en el pequeño cuarto de Rosalinda y Marino, la pareja terminaba de vestirse. Rosalinda se sentía incómoda con el largo silencio, así que intentó romperlo.
—¿Qué piensas de la señora Perla?
—Me da igual... algo extraña, supongo.
—Sí, pero que bello pinta, aunque tiene ideas un poco raras, como esa de pintar a tu primo. —Marino le lanzó una mirada de advertencia, pero la joven estaba distraída y no la advirtió—. A mí, tu primo Soe me incomoda, sus ojos son raros y anormales.
ESTÁS LEYENDO
Flor Imperial: Tercia de corazones
RomanceEsta es la segunda parte de Flor Imperial. Han pasado solo dos meses desde la llegada de Soe a la mansión De la Rosa, y ya muchas cosas han cambiado. Nuestro protagonista de ojos bicolores ha afianzado relaciones, y aunque nunca deseó mal a nadie...