Capítulo 35: Una buena noticia para la señorita

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Soe movió una mano, comprobando que su supuesto reflejó no lo imitaba, así fue fácil para el chico comprobar que lo que tenía enfrente no era un espejo. Con pasos lentos, casi temerosos, Soe se acercó, corroborando el parecido antinatural que tenía con aquel riaquelma que le sostenía la mirada de forma serena.

Cuando Soe despegó los labios para llamar la atención del joven, una mano se posó en su hombro, apretándolo suavemente y reclamando su atención.

El joven de mirada heterocromática se giró hacia Darío, quien, con su índice pegado a los labios, le pidió silencio, luego lo tomó de la mano y lo guió, alejándose del puesto de Izcy.

—¿Te diste cuenta? —preguntó Soe, una vez que se encontraban a suficiente distancia—. ¡Era igual a mí!

—Sí, lo era —respondió Darío nervioso.

—¡Cómo dos gotas de agua! ¿Será pariente mío? Me refiero a por parte de mi abuela, la mujer que me regaló con mis papás.

Darío miró a ambos lados, los riaquelmas de los puestos vecinos comenzaban a mirar a Soe con detenimiento, su parecido con su compañero Izcy era algo difícil de ignorar.

—No podemos hablar aquí. Vamos a tomar un helado —le pidió Darío, llevándoselo casi a la fuerza.

Mientras Darío lo empujaba por los hombros, Soe regresó la mirada al puesto, solo para sorprenderse una vez más del gran parecido que tenía aquel chico con él.

Ambos primos entraron a una de las heladerías cercanas a la kermes riaquelma, donde pidieron un par de helados en el mostrador y dispusieron de una mesa. Hasta ese momento, ninguno había dicho nada.

Ignorando el postre que tenía delante de él, Soe le dedicó a Darío una mirada significativa, que le indicaba que era momento de decir lo que sabía. Suspirando y sin despegar la vista de su helado de fresas, el rubio comenzó:

—Ese riaquelma se llama Izcy... y es tu hermano Gemelo.

Al escuchar aquello, Soe se atragantó con la pequeña cucharada de nieve que se había atrevido a llevarse a la boca.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó el chico de ojos bicolores, mientras se limpiaba la boca con una servilleta. Darío lo miró con burla.

—¿No es obvio? Además, ya hablé con su abuela, estuve investigando y me explicó la misma historia que tú me contaste: la anciana que te regala con un matrimonio sin hijos, pero con la variante de que eran dos niños con heterocromía, no uno.

Soe sintió ganas de llorar. ¿Qué tenía él que su abuela había decidido regalarlo?

—¿Por qué eligió abandonarme a mí? —preguntó con cierta nota de rencor.

—Por el impedimento de Izcy.

—¿Impedimento? ¿Cuál?

—¿No te diste cuenta? ¡El chico es ciego!

Soe suspiró, sintiendo un gran alivio. No se alegraba del mal de Izcy, pero al menos entendía porque decidieron proteger a su gemelo y dejarlo a él a su suerte. Tal vez si él se hubiera encontrado en la misma situación, habría actuado igual.

—¡Pobre! —exclamó afligido.

—Él no sabe que tiene un hermano, no me he atrevido a decírselo.

—¿Y tío Lunet y tía Fortunata lo saben?

—Claro que no. Papá querría reconocerlo como tu hermano. Eso o mandarlo lejos para evitar el escándalo y el desprestigio.

Flor Imperial: Tercia de corazonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora