Capítulo 46: Tranquilidad

225 28 106
                                    

Gema tardó varios segundos en poder digerir las palabras de Soe. Su primo acababa de decirle que ella era una autentica De la Rosa, y que Sarabell fue la verdadera hija de Píramo. La cara de Gema se distorsionó por la sorpresa.

—¿Q-qué dices?

—Sarabell fue la verdadera hija de mi tía Fortunata y Píramo, no tú. Tu padre fue Valentín De la Rosa. —Lejos de alegrarse, Gema volcó la mesita de la sala, con un grito de ira e indignación.

—¡¿Y por que soy negra?! ¡Esa malparida, bastarda de Sarabell... y tú y tu maldito hermano son hijos de riaquelmas y son blancos! ¡Y yo que si soy legítima, nací con este color!

—Fue porque Dios así lo quiso.

—¡Fue porque Dios no quiere que sea feliz!... ¡Y tampoco ustedes! Y ya no vamos a ir en contra de sus designios. —Gema caminó hasta uno de los sillones, donde había una caja de fósforos.

—¡Gema, no lo hagas!

Sin hacer caso, la mulata prendió uno de los cerillos. Fue entonces que Soe sintió como las cuerdas, con las que había estado luchando, caían al suelo. Rápidamente se aventó contra su prima, provocando que esta se golpeara con la pared, y quedara temporalmente aturdida. Por desgracia, el fosforo había caído sobre la paja, la cual comenzó a arder al instante.

Desesperado, Soe comenzó a desatar a Izcy.

—¿Qué está pasando? ¿Qué es ese olor? ¿Quién eres?

—Soy Soe, y la casa se está quemando. Debemos salir de aquí.

—¿Y tú prima?

—Está desmayada, pero no la podemos dejar.

En ese momento, Darío y Marino llegaban a la mansión Durán

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

En ese momento, Darío y Marino llegaban a la mansión Durán. Sin siquiera amarrar los caballos, desmontaron y comenzaron a buscar una entrada. Tal como Perla había dicho, las ventanas del primer piso estaban tapadas y la puerta principal estaba cerrada. Y para hacer más alarmante la situación, de entre las rendijas de las tablas de una de las ventanas de la sala, comenzaba a salir abundante humo.

—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Darío desesperado.

Marino comenzó a trepar un árbol, cuyas ramas tocaban una de las ventanas de la segunda planta.

—¡Por aquí!

—¡Por aquí!

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Flor Imperial: Tercia de corazonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora