Capítulo 1

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1 de Septiembre del 2017.

La abuela Alice está durmiendo su siesta en su cuarto. Costó hacer que se duerma. A veces es tan testaruda. Por eso trato de no hacer ruido mientras lavo los platos que usamos para el almuerzo.

Hoy era un día lindo y quería pasarlo con ella. Cuando se lo dije a mamá no sé quién estaba más feliz, si ella o la abuela.  

Si hay algo en que las dos se parecen, es en que son igual de exageradas. — Madres. — pienso en voz alta. 

Termino de lavar todo, lo seco y lo guardo en donde corresponde. Me toma muy poco tiempo porque solo son dos platos, dos vasos, una cuchara y un tenedor. 

Me seco las manos y doblo el trapo en cuatro y lo dejó sobre la encimera de la cocina.

Suspiro. 

Veo la hora en el reloj que está colgado en la pared y solo pasaron quince minutos.

Las desventajas de visitar a la abuela Alice es que te aburres muy rápido. Tomo el celular y me siento en el sofá de la sala.

No tiene televisor y no, no quiero escuchar la radio.


***

— ¿Me pasas el bastón? — me pregunta la abuela Alice.

— Si abuelice. — respondo con una sonrisa.

Ella también sonríe al escuchar el apodo que le puse hace ya mucho tiempo.

Le entrego el bastón y la ayudó a ponerse de pie aún que me diga que no es necesario.

— Gracias cariño. — me dice cuando ya se puede mantener.

Le abro la puerta de su habitación y ella sale a paso tranquilo. La sigo y voy cuidando que no se haga daño hasta que llega a su sofá favorito y se sienta.

Tanto para eso.

— ¿Quieres que te prepare un té? — le propongo.

— Si. Si te haces uno para ti también, sí, quiero uno. — dice la muy listilla.

Me río y me dirijo a la cocina.

No le gusta que le hagan las cosas. Le hacen sentir más vieja de lo que ya es. Palabras de ella.

Pongo la pava en la hornilla y mientras el agua hierve, preparo dos tazas y un recipiente con galletas. Dulces para mí, no tan dulces para ella. 

Introduzco las bolsitas de té en las tazas antiguas de mi abuela y espero.

Cuando tengo todo listo, ordenó las tazas y el recipiente de galletas en una bandeja y me dirijo a la sala con cuidado de no volcar nada.

Abuelice me espera leyendo una novela.

— Aquí tiene, su alteza. — le digo haciendo una voz ridícula.

— Gracias. — me dice riendo entre dientes y dejando su libro en la mesa que tiene a un costado. Le acercó la taza y dos de sus galletas y me siento frente a ella.

— ¿Qué tal el trabajo, Elizabeth? — me pregunta después de beber el primer sorbo.

Pongo los ojos en blanco y ella lo nota.

Muerta en vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora