Epílogo

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Una radiante sonrisa le partía el rostro por la mitad al verla recostada en el piso.

Por fin, su insignificante vida inmortal llegaría a su fin. Estar junto a ellos y ya jamás los abandonaría. Estarían juntos por toda la eternidad.

Caminó hasta situarse a la cabeza de la muchacha que aún seguía tendida en el suelo, envuelta en la nube blanca que era su vestido.

Matrimonios.

La sola mención en la palabra en su mente le causaba gracia. Le resultaba absurdo que aún sigan diciendo que el matrimonio dura “hasta que la muerte los separe”; siendo que el hombre descubrió una manera más efectiva.

— Damian…

Su mirada se trasladó a los labios de ella cuando esta murmuro su nombre con voz somnolienta.

Con paso decidido, avanzo hasta un costado y se sentó en el suelo a esperar que Victoria despierte. Y lo hizo.

— Bienvenida. — dice tendiéndole su mano para ayudarla a ponerse de pie. Ella, un tanto insegura, la acepta.










Una vez que me pongo de pie observo a todo a mi alrededor con el ceño fruncido.

Estamos en el jardín de mi tía pero… no hay nadie más que nosotros. Y los colores son más brillantes, casi siendo todo un mismo color.

Miro al hombre que tengo frente a mí.

Luce… diferente.

Luce feliz.

¿Por qué?

Bajo la mirada y me encuentro con algo completamente diferente en él.

— No tienes tatuajes. — murmuro viendo sus manos.

Damian asiente, pareciendo encantado con la idea de que lo haya notado.

— Victoria… — murmura con un nudo en la garganta — Yo…





****





Las palabras me fallan.

¿Cómo poder agradecerle algo de lo que no tiene idea?

Vuelvo la vista hacia ella y tiene lágrimas en los ojos.

No, no tienes que lamentar nada.

— Damian por favor, acaba con esto de una buena vez. — me pide derrumbándose en el suelo, sollozando desconsoladamente.

Tiene razón, mejor acabar con esto cuanto antes.

Me acerco a ella y la tomo por los hombros para ponerla de pie.

Ella solloza con la vista clavada en el suelo.

— No quiero morir. — dice con un nudo en la garganta.

— Yo tampoco quiero que lo hagas.
Mi respuesta la toma por sorpresa y clava sus hermosos ojos verdes en los míos.

>> No quiero que lo hagas. — le explico como si se tratara de una niña pequeña — Y tampoco quiero vivir así.

— No entiendo.

— No quiero que mueras. No quiero… Por eso te pedí que fueras mi ángel.

— ¿Cómo sería eso?

Me alejo unos diez pasos y la observo.

— Acompáñame. — digo extendiendo mi mano — Acompáñame y no me sueltes.

— Nunca lo haría.

— Lo sé, es por eso que te lo ruego.

>> Me acompañarás, verás cosas que jamás habrías imaginado. Escucharás cosas que desearías jamás haber escuchado. Es un camino… difícil. Por eso, no me sueltes. En ningún momento.

Ella asiente, convencida de mis palabras.

— ¿Por qué haces esto? — pregunta aun parada en sus sitio sin tomar mi mano.

— Porque acepte esto al saber que había perdido a mi esposa y a mi hijo. Porque me di cuenta que lo que creí que sería un remedio, fue peor que la enfermedad. Porque no puedo aceptar seguir siendo culpable de tanto sufrimiento.

>> Porque vivir sin amor, es convertirse en alguien como yo. En un muerto en vida.

>> Y tu… eres una persona amada. No sé si tendrás idea de lo afortunada que eres de tener eso. Y si lo sabes, no quiero quitártelo.

— ¿Y si vivieras? — me pregunta — ¿Si te hicieras… mortal?

— Eso implicaría olvidarme de mi esposa, de mi hijo… y de ti. Y no quiero olvidarlos, a ninguno.

Se acerca los pasos que nos distanciaban, y cuando creo que va a tomar mi mano, no lo hace. Me sorprende echándome los brazos al cuello para darme un profundo beso.

No tardo en responderle llevando una mano a su espalda y la otra a su pelo, aceptando todo lo que me ofrece.

Sus lágrimas caen sobre mis mejillas, mezclándose con las mías.

— Acompáñame. — le pido con lágrimas en los ojos.

— Hasta el último aliento.





****




Se incorporó bruscamente tomando una bocanada de aire.

Con la vista nublada, sobrepasada de desesperación, busco a su alrededor. No sabía dónde estaba, quienes eran esos que la llamaban por su nombre.

— Victoria, gracias a Dios.

Reconoció esa voz, era el inconfundible tono de voz de su madre.

¿Estaba…?

Se revolvió en la cama, sin saber cómo había llegado allí. Tenía lo que parecía un suero, el cual se arrancó de un tirón junto con la mascarilla de oxígeno.

Debía irse, tenía algo que hacer.

— Llamaré a la enfermera. — dijo otra. Pero de esa no reconoció de quien se trataba. Estaba demasiado ocupada tratando de escapar.

— Victoria, cálmate, estamos aquí.

— Me tengo que ir, me tengo que ir… — repetía una y otra vez la muchacha, apartando las manos de su hermano a manotazos.

Aparta las sábanas y se pone de pie de golpe, provocándose un leve mareo pero se recupera para salir de la habitación lo más rápido posible.

Evadiendo enfermeras, serpenteando entre los pacientes, logro escabullirse hasta la puerta.

Pero no fue cuando estaba a diez pasos de la misma, cuando dos guardias lograron atraparla y todo se volvió negro. Otra vez.



****




Dos meses después…


— Llegamos.

Volteo a ver el campo que se encuentra del otro lado de la ventana.

Por fin podré acabar con todos esto y poder seguir con mi vida sabiendo que he ayudado a alguien a encontrar su paz.

— ¿Podrías darme una hora a solas? — digo cuando abro la puerta del auto para bajar.

— ¿Segura?

— Estaré bien.

— Vale.

Camino a través del pastizal bajo el sol hasta donde se encuentra una cruz.

Tal como él me dijo.

Me agacho y paso las gemas de mis dedos por la inscripción de su nombre.

Luego, acomodo mejor falda que me llega hasta las rodillas, y me arrodillo, haciendo la señal de la cruz.







Me pongo de pie cuando escucho los pasos de Frank.

Ya puedes ir con ellos, Damian.

— ¿Quién era? — me pregunta mi esposo, rodeando me con sus brazos por detrás, apoyando la cabeza en mi hombro.

— Un hombre que lo perdió todo, y aceptó el peor castigo por amor.

Suspiro y seco mis lágrimas.

— ¿Algún día me contarás cómo lo conociste? — suelta con humor. Supongo que por ver las fechas en la lápida.

Suelto una risilla.

— Algún día.















N/A: LLEGAMOS AL FINAL.

NO SE VAYAN, QUE FALTA MI MOMENTO CURSI EN LOS AGRADECIMIENTOS.

Muerta en vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora