Norman

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Luego del escándalo que armaron mi hijo y su esposito, Judith y yo discutimos a solas y, para no perder el contacto, le pedí su número telefónico, pues quedamos en buenos términos. Coincidimos en que lo sucedido fue un simple desliz y que ello no debería afectar nuestra relación.

Así que me animé a invitarla a tomar un café en otro local, para ahorrarnos posibles inconvenientes. Y aquí estamos.

—Lamento la insolencia de Edward el otro día —digo sentado frente a ella mientras remojo mi bolsa de té—. Tiende a hacer escándalo por pequeñeces; ya sabes cómo son los gais.

—No, yo lo siento. Patrick se ha portado muy grosero últimamente. El trabajo lo tiene como loco. Apenas si me llama incluso.

Río.

—¿No es gracioso? Me refiere a omitir el pequeño detalle de ya conocernos porque nuestros hijos están casados.

Ella ríe también.

—También me es difícil de creer. Creo que somos muy viejos para recordarnos.

—Es mayormente mi culpa; no soy muy apegado a la familia. Después de todo, mi hijo me detesta. Paso las navidades solo.

—Oh... lamento escuchar eso...

—No es algo que me importe en realidad. Y... ¿tienes más hijos?

—Una mujer. Está casada con un apuesto alemán que le presentó Walter, y tienen una hija.

—Vaya. Edward finalmente hizo algo bien. Me alegro por ustedes.

—¿Y tú?

—Mi esposa y yo pensamos que con uno bastaría.

—¿Cómo era ella?

—Oh... era bellísima. Tanto como tú. Cabello oscuro, ojos color miel... Cálida, encantadora, cariñosa... —Bajo la mirada—. Espero que no te parezca raro, pero también se llamaba Judith.

—Ouh... Norman —toma mi mano—, se nota que la amabas muchísimo.

—Demasiado. Pero fue hace tanto. Y, como dice la mayoría, lo mejor es avanzar —la miro a los ojos.

Por un momento no decimos nada, pero el timbre de mi celular arruina este maravilloso momento e internamente tengo deseos de estrellarlo contra la pared.

—¿No vas a contestar? —pregunta.

—Sí. De verdad lo siento.

—No te preocupes; puede ser importante.

Sustraigo el aparato de mi saco y veo que se trata de un número desconocido, así que contesto de mala gana.

—¿Quién habla? Sí, soy yo. ¿Qué? ¿Cómo que en problemas? —frunzo el ceño—. ¿Por qué no llamó a sus padres? Entiendo... Iré para allá de inmediato. —Cuelgo.

—¿Qué sucede?

—Jason se metió en problemas.

—¿Qué? ¿Cómo? ¿Qué hay de sus padres?

—Me llamaron porque ambos están ocupados.

—Te acompaño. Es mi nieto también.

—No es necesario, linda. Ve a casa. No querrás verme discutir con otros adultos. ¿Quieres que te lleve a casa?

—No te preocupes, ve con Jason. Tomaré un taxi.

—Lamento los inconvenientes.

Luego de pagar la cuenta, me despido con un beso en la mejilla y abandono el lugar. ¿En qué problema se habrá metido el chico? ¿Y por qué tengo que ir yo a ensuciarme las manos? El que sea su abuelo, no me convierte en su niñero.

Dos enamorados en patrulla 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora