Walter

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Ha pasado un mes desde que nuestros padres se comprometieron, y también desde que me agarré a golpes con media estación de bomberos.

La mala noticia es que los preparativos para una boda han iniciado. Y la peor es que todos los calendarios se vendieron, y hay gente que me reconoce en la calle. Es bastante incómodo. Sobretodo porque hoy aprovechamos la ausencia de los niños para tener una cita, y varias personas me han interceptado, aun con Patrick a mi lado, mientras damos un paseo nocturno.

—¡Que la pasen bien! —me despido de las dos ancianas que me pidieron una foto, y tiemblo al ver el rostro de mi esposo—. ¡No es mi culpa! —me defiendo.

—No dije nada.

—Por tu rostro, es como si me fueras a gritar en cualquier momento.

—¿Por qué siempre me haces ver como el malo?

—¿Entonces no te molesta que la gente me reconozca por las fotos?

—Sí. Pero no puedo hacer nada al respecto. Yo acepté que te las tomaras.

—Pudiste decir que no. Y hubiera entendido.

Ni siquiera quería hacerlo.

—No quiero que pienses que soy una especie de dictador que debe tomar el control de tus decisiones. A veces está bien que apoye tus ideas, aunque sean malas.

—Eres muy listo, Patrick. No me molesta que tomes las decisiones por ambos. A final de cuentas, sé que quieres lo mejor para los tres. Y ya tuviste tu época de ser un desatre. Creo que has madurado lo suficiente como para dejarme descansar —sonrío.

—Ahora suena a que quieres que sostenga este matrimonio por mi cuenta —frunce el ceño.

—¿Por qué no estás contento con nada?

—Bueno, me alegra tener de esposo a un sex-symbol.

Mis mejillas se sonrojan, y tomo su mano.

—A mí uno muy listo. Y sexy también —digo, y le doy un largo beso en los labios.

Nos detenemos junto a un puesto de hot dogs, y compramos un par para degustar en las mesas al aire libre.

—¿Has hablado con tu padre recientemente? —dice.

—No. Qué bien.

—No quiero que te molestes. Menos cuando al fin tenemos una noche para nosotros.

—¿Entonces por qué tienes que hablar de él ahora?

—Tienes razón. Olvídalo.

—¡Vamos! Dime lo que tengas que decir. Prometo no molestarme.

—Pasará la Navidad con nosotros, en casa de mamá. Ella me lo dijo.

Dejo de comer, y hago una mueca.

—Qué horror —es todo lo que digo.

—Quizá  no sea tan malo.

—Nos obsequió una biblia el año pasado con un separador en la parte que dice que los gais son del diablo.

—Sólo es un niño al que le gusta hacer bromas pesadas.

—¿Así lo ves? Yo creo que es un anciano violento.

—Pensé que habían hecho las paces.

—Me aceptó, luego de treinta años. Es todo. Pasarán otros treinta para que yo sea quien lo acepte. Un paso a la vez.

—¿Significa que no vas a pasar la Navidad con nosotros?

—Él podría no hacerlo.

—Es invitado de mamá, no nuestro.

Desvío la mirada. Patrick toma mi mano, y lo observo.

—Él ya no es tu problema —sonríe—. Ni nuestro. Es de mamá. Y ella está bien con eso. Quizá hasta lo convierta al cristianismo. Tiene esa clase de poder.

Río.

—Bien. Pero no me culpes si algo sale mal —digo.

—Culparé a Norman. Incluso si llueve.

Nos besamos.

Una hora más tarde, caminamos rumbo a casa de Tim, para recoger a Jason.

Le cuento sobre el incidente con los tres bravucones.

—¿Recuerdas sus caras? —dice Patrick, molesto.

—No te preocupes. Yo me encargaré de ellos.

—Jason debe aprender a defenderse.

—Se lo comenté. Es fácil decirlo, pero... para un niño a esa edad no es fácil perder el miedo. Recuerda que a mí me acosaban hasta los veinte.

—Pero nos tiene a nosotros para defenderlo y motivarlo, al menos.

—Eso sí. Siempre que le contaba a papá, se molestaba conmigo y decía que había criado a una niña en vez de un varón.

—Dejemos de mencionar a Norman en nuestras citas o terminaré con un derrame cerebral —dice, y reímos.

Toma mi mano.

—También tiene a Terrance —digo—. Él lo defendió. Parece que realmente siente algo por nuestro hijo.

—Qué tortura ser consuegro de Tim.

—¿Crees que se casen? —Beso el dorso de su mano.

—¿Casarse con su primer amor? Eso sería extraordinario.

—¿Yo no fui tu primer amor? —rodeo su cintura.

—Ahora que lo pienso, no lo sé. Tuve muchas novias, pero no recuerdo haberme enamorado de ninguna —agrando los ojos—. Quizá lo seas. Pero no se te vaya a subir a la cabeza —aparta mi rostro del suyo—. ¿Yo fui tu primer amor?

—Contigo me casé...

—Eso no responde mi pregunta.

—Bueno, hubo un tipo llamado Marlon. Fue en preparatoria. Me dejó. Un día sólo se fue.

—Qué bueno que te dejó.

—Sí, fue genial —digo con sarcasmo.

—Me conociste —concluye.

—Tienes razón.

Le doy un beso, al detenernos frente a la casa del pelirrojo.

Dos enamorados en patrulla 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora