Norman

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Tener un hijo gay, ser viudo y vivir solo a veces es aburrido y hasta estresante. Además de tener un empleo que te mantiene de aquí para allá todo el día.

—Norman.

—¿Qué?

—¿No deberías estar trabajando en vez de estar aquí?

Decidí escapar del bufete un rato y refugiarme con Evan. Es diseñador de interiores, así que mientras hace arreglos a la casa de uno de sus clientes, aprovecho para enviar textos en el comedor.

—Necesito un respiro.

—¿No tienes una audiencia en menos de media hora? Deberías evitar que tus clientes vayan a prisión, no prácticamente arrojarlos allí.

—Ya lo sé, idiota. De todos modos, jamás pierdo un caso. ¿Acaso no puedo pasar tiempo de calidad con un amigo?

—Vete. Me estorbas. ¡Hey, dije que las paredes de blanco y las puertas de beige! ¡Lo están haciendo todo al revés!

—Ya entendí —me pongo de pie—. De todos modos, el diseño está quedando horrible.

—No es cierto.

A veces mi trabajo me aburre. Las veces en las que se pone interesante es cuando me toca defender a los acusados que, en efecto, son culpables. Lo considero un reto personal.

—¿El jurado ya tiene su veredicto? —pregunta el juez.

—Sí, su señoría —se pone de pie una hermosa mujer que acapara por completo mi atención.

Es tan hermosa. Mi tipo de mujer. Creo que este luto ya ha durado bastante y debería pedirle una cita.

—Declaramos al señor Grayson inocente, su señoría.

—En ese caso, y si ya no tenemos más pruebas que demuestren lo contrario, declaro al señor Frederick Grayson: libre de toda acusación en su contra —azota su martillo en el estrado.

Sonrío. Lo volví a hacer. No me gusta presumir, pero soy el mejor en lo que hago.

Mi cliente me agradece y se acercan unos cuántos, para felicitarme y alabarme. El acusador y su cliente se retiran indignados y discutiendo. Pero lo único que me importa ahora es dar con la bella desconocida, así que me disculpo y voy tras ella. La vislumbro dirigirse a la salida con el resto del jurado.

Se detiene afuera del tribunal, y es mi oportunidad.

—¡Disculpa! —la llamo y ella voltea. Es más bonita de cerca y su mirada me derrite.

—¡Oh! Usted es el abogado que ganó el caso. ¡Felicidades! Fue todo un profesional —sonríe.

Sonrío de vuelta, encantado por los halagos.

—Tengo la suerte de mi lado; qué puedo decir. Me preguntaba cómo una mujer tan bella con usted llegó a ser jurado.

—Qué dice —se lleva una mejilla al rostro, sonrojada.

—Su esposo es muy afortunado.

—Por desgracia, él falleció hace unos años...
Sonrío para mis adentros. No me esperaba ese golpe de suerte. Igual si no estuviese muerto no me hubiera echado para atrás.

—Oh, lo lamento muchísimo. Aunque ya es algo que tenemos es común. También perdí a mi esposa hace mucho.

—Igual lo lamento.

—Pero ya lo pasado pasado, ¿no? Fue hace tanto que ya ni siquiera recuerdo su voz y estoy seguro de que le gustaría que viviera mi vida sin lamentos.

—Pienso igual. Al menos si yo hubiera fallecido en vez de Jason, me gustaría que siguiera siendo feliz.

—Y ya que ahondamos en el tema, ¿qué le parece si la invito por un café?

—No lo sé... ¿No tiene trabajo o algo así?

—Estoy libre el resto de la tarde, querida.

—Entonces me parece bien —sonríe.

—Soy Norman, por cierto.

—Mi nombre es Judith.

Sonrío y mi corazón se estremece.

—Qué precioso nombre —digo.

Ofrezco llevarla a una cafetería que suelo frecuentar, que no queda muy lejos, y sugiero caminar, para conocernos mejor. Le gusta hablar mucho, así que no le cuesta desenvolverse conmigo. Me impresiona que no tengamos nada en común: le gusta el blanco, me gusta el negro; ama las películas de romance, yo las de acción; le gusta el pop, a mí el rock; y es religiosa y yo ateo.

No me importa si somos polos opuestos, en realidad. Me sigue pareciendo perfecta.

—¿Tienes hijos entonces? —le pregunto.

—Sí. Una mujer y un varón. Ambos casados y con hijos.

—Tengo uno de esos. También casado y tiene un hijo.

—¿Sabes, Norman? Desde que te vi por primera vez en el tribunal tu rostro se me hizo familiar, pero no sé de dónde.

—De hecho, también pensé en eso. Quizá nos hemos visto antes. El mundo es pequeño.

—Sí, quizá.

—Llegamos —anuncio.

Judith da un paso en falso al tropezar con una roca y, como si fuese en cámara lenta, me lanzo para atraparla en mis brazos.

Sonrío. Ahora soy su héroe.

—¡Cielos! ¡Gracias, Norman! Soy tan torpe...

—No digas eso, precio...

—¡Papá!

—¡Mamá!

Esas voces. ¿Escuché bien?

Volteo y veo a mi hijo y su esposo acercarse. Frunzo el ceño.

—¿Qué hacen ustedes aquí?

—Señor Briton, apreciaría que quitara sus manos de las caderas de mi madre —dice Patrick.

—¡¿Tu madre?!

—Papá, ¿qué significa esto?

—¡¿Papá?! —Judith se aparta de mí.

—¡¿Por qué no me dijiste que eras su madre?!

—¡¿Por qué no me dijiste que eras su padre?!

Esto parece una broma de mal gusto. Esta mujer me volvió loco y ahora resulta que es la madre de mi yerno. Pero qué mas da; será mía y estos idiotas no me lo impedirán.

Dos enamorados en patrulla 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora