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(.....)

Julieta esperaba con los brazos cruzados el auto negro que se acercaba hasta la entrada de la gran casa de los Fitzgerald. Su mirada suspicaz estaba seria y decidida.

El auto paró y el hombre uniformado salió de este. Rápidamente abrió las puertas traseras.

Con la elegancia que tan bien caracteriza a la castaña rojiza, esta bajó del auto sin desacomodar un solo cabello. Se retiró un poco para darle paso al chico de caminar agraciado que igualmente salió y revoleó los ojos al ver la figura femenina sería que esperaba en la puerta.

Ambos mellizos caminaron hasta la entrada y sonrieron al ver a su madre, eso a pesar de que ella no tenía la mejor cara.

— Madre — saludó Nigel con un asentimiento de cabeza.

— ¿Ahora que han hecho? — preguntó Julieta yendo directo al punto.

— No hemos hecho nada malo, madre — se excusó Victoria.

— El señor Peterson llamó y me dijo otra cosa. Entren porque su padre también los quiere ver.

Victoria se limitó a asentir y Nigel revoleó los ojos nuevamente. Eso mientras en su fuero interno maldecía al señor Peterson. Lo único que hacían era complicarle las cosas.

Los zapatos de ambas mujeres resonaban en el suelo marmoleado que conformaba la gran mansión de los Fitzgerald. Un lugar ubicado a las afueras del pueblo. Un sitio que daba más bien cara de un castillo, bonito y pintoresco por los jardines bien diseñados que le rodeaban.

El camino giró hacia el pasillo del estudio de Adriane Fitzgerald. El padre de los mellizos. Esos que en distintos momentos se mostraban bastante revoltosos y problemáticos.

Julieta abrió la puerta sin ni siquiera molestarse en tocar. Adriane sólo levantó su mirada y observó a su joven esposa. Era cierto. La amaba aún como la primera vez que la vio en preparatoria, la chica nueva que cursaba último año.

Los mellizos entraron detrás de ella. Victoria se acercó hasta su padre y lo abrazó como forma de saludo y como regularmente solía hacerlo.

Por su parte, Nigel directamente se sentó en el sillón de cuero café en una posición despreocupada y saludó a su padre con un movimiento de cabeza.

Luego Victoria tomó asiento al lado de su hermano. En espera de lo que su apreciado padre tuviera que decir.

— ¿Por qué de nuevo se están metiendo en problemas ustedes dos? —preguntó Adriane — Es la cuarta vez que llaman esta semana para reportarme su comportamiento, ¿Que les pasa? Se supone que son jovencitos ejemplares, no de andar respondiendo feo y haciendo todo lo contrario a lo que ustedes harían.

—Te tengo la respuesta perfecta, padre — habló por primera vez Nigel —Estamos rodeados de tontos.

— No, no lo están. Son ustedes los que se están comportando como tontos — declaró Julieta — Sólo miren su reflejo. Han cambiado, Victoria, ¿Desde cuando empezaste a vestir como una muchachita malcriada? Lo único bueno que conservas y es casi un milagro, es tu cabello sin tinturar y tu andar. Si no fuera porque ahora llevas el uniforme escolar, hubieras perdido todo encanto y gracia de jovencita pulcra — Victoria ni se escandalizó, simplemente sonrió. Julieta negó con la cabeza y posó su mirada sobre Nigel.

"Va a comenzar con sus mierdas otra vez"

Pensó Nigel mientras miró a su madre de forma fija, una mirada que bien, lograba intimidar en cierta parte a Julieta.

—Tu, Nigel. Haz cambiado, ¿Desde cuando las cosas dejaron de interesarme? Ahora caminas por ahí mientras todo te vale, así no son las cosas jovencitos — regañó Julieta.

— Están castigados. Los dos — declaró Adriane.

— ¡Que palabras más nuevas, padre! — contestó Nigel — ¿No podrían ser más originales?

A Adriane le hirvió la sangre la cínica respuesta que su primogénito le daba. Se aterraba de notar que Nigel ni siquiera tenía una gota de respeto por él o su madre. No sabía callar y agachar la cabeza, simplemente prefería desafiar hasta con su mirada oscura.

— A mi la verdad me da igual. No me pueden castigar — dijo esta vez Victoria de forma airosa y sonriente.

— ¿Ah no?, ¿Qué te hace creer que no podemos? — se adelantó a decir Julieta de forma seria y firme.

— Punto número uno: No salgo, saben bien que si mucho me asomó por la ventana, de resto, no me importa. Así que si el castigo aplica no salir, me da igual. Segundo: el baile es dentro de una semana, nadie quiere ir y por mi mejor si no me obligan a ir....

—No, no. Detente ahí muchachita — paró Julieta sabiendo las próximas palabras de su hija — Irás a ese baile, tenlo por seguro.

— Pues vaya castigo entonces — opinó Nigel.

Adriane sabía que para sus hijos era muy estúpida la palabra "castigo", ya que como bien, no existía. Hasta muy extraños le parecían en muchos aspectos sus hijos, creyendo incluso que son otras personas distintas.

¿A qué clase de chica o chico no es una pesadilla el castigo de sus padres?

Por eso es extraño. Que a ellos les de igual. No le podía prohibir las salidas, ya que los mellizos ni se molestan en poner un pie afuera. Si no fuera por el colegio, probablemente tampoco saldrían. Eran casi huraños. Luego estaba el tema de los teléfonos celulares o computadores. Si se los quitaban ni siquiera mostraban el menor sufrimiento por ello. Simplemente les daba igual.

Extraños, eso eran ese par.

¿En qué momento se habían vuelto así?

Y no los castigaría con la comida, ya que eso sería demasiado cruel.

— Para sus habitaciones, ahora — demandó Julieta de manera severa.

Los mellizos se colocaron de pie y abandonaron el estudio. Ambos se miraron con sonrisas triunfantes, ya sabían que habían logrado una vez más, dejar a sus padres con grandes interrogantes. E incluso, analizando la posibilidad de un estúpido internado.

Mentes psicóticas - No tengas miedoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora