Prólogo

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Akira Berglind

El aroma de la lujuria es realmente potente y dulce pero siempre tiene un toque que puede resultar algo agrio, no siempre, depende de la intensidad de la misma tal como en este caso que me está asqueando desde hace rato.

Los ojos vendados de este tipo me ha permitido a no sentirme tan avergonzada por estar semidesnuda frente a él ya que la situación es completamente diferente, pero lo que me ha incomodado por estos minutos en los que le propongo cosas para hacerlo hablar y en los que hago lo que me pide mientras no sea algo demasiado para mí, aunque esto ya lo es, son los constantes movimientos de su pelvis tratando de buscar comodidad o gusto debajo de mi cuerpo, eso es lo que me tiene completamente harta pero mi cuerpo parece contradecirse en cada momento aunque, no me preocupa mucho porque mi mente la tengo bien justa a la situación.

Mientras, sus manos acarician mi espalda como si estuviese buscando algo, ese algo que termina siendo el broche de mi sujetador, el cual es tipo escote, donde el mismo termina cayendo sobre mis piernas y luego lanzado a un lado torpemente por él mismo; yo voy apartando sus manos haciendo algo más difícil que siga bajando. Esto me hartó y feo pero ya no falta nada.

El costado de mi cuello comienza a doler de manera notoria, su mano se acerca a la parte baja de mi torso llegando un poco más abajo de mi vientre... Aun no escucho lo que quiero por lo que hago un dificultoso movimiento donde ya no estoy sentada a horcajadas sobre sus piernas sino que ya él se encuentra sentado sobre mí, no quiero que haga algo más de lo que puedo soportar; apenas soporto esos molestos besos en mi cuello y algo más abajo y su manoseo, no voy a soportar que llegue a tocarme ahí directamente con alguna parte desnuda de su cuerpo o cualquier otra cosa.

Besa directamente a la única parte descubierta de mi cuerpo que no quería que besara, susurra lo que quiero escuchar exactamente por lo que busco lo que quiero desde mi posición y al no alcanzar, la acerco con mi telequinesis y espero su último movimiento, a menos para mí.

Tantea con sus manos hasta llegar al borde de mi ropa interior y, consecutivamente, el dolor se vuelve a hacer presente en mi cuerpo... Un quejido se ve interrumpido de sus labios y el eco seco es apaciguado por el silenciador, su sangre cae sobre mí y apenas sus músculos dejan de responder por mi acto, me lo retiro de encima sintiéndome ahora libre pero completamente asqueada.

Me quedo mirándolo con desprecio y vuelvo a disparar dos veces más pero en partes pocas importantes del cuerpo para que nadie sospeche de un disparo directamente mortal. Altero unos que otros recuerdos de mi rostro en su alma para evitar problemas con aquellos shinigamis que me odian a muerte, aun si no me reconocen porque no saben cómo es mi rostro.

Con mis manos, me limpio la sangre que goteó en mí y termino vistiéndome para salir de ahí con toda la información en mi cabeza perfectamente memorizada; apenas llego donde mi familia, lugar al cual mi padre se me acerca y me abraza pero yo me le aparto por tener suficiente contacto físico por el día, con toda la rabia, incomodidad y estrés del mundo, digo al pie de la letra toda la información dicha por él. Me retiro los guantes de tela, los cuales traía puestos para evitar confusiones con algún departamento de investigación y posibles problemas en esto y, se los entrego a mi padre quien, fuera de las cámaras de seguridad, los incinera borrando rastro de información. Del resto, al no tener ADN, no hay problema.

— ¿Estás bien? —Asiento ante la pregunta de mi abuelo Andrew al subir a la camioneta.

— Apariencia joven y cuerpo pequeño, justo lo que el tipo buscaba; si no fuese así, mi abuela Adeline o mi madre habrían ido al lugar —digo con sequedad—. Solo quiero llegar a la mansión y darme un baño porque me molesta aun el residuo de su contacto.

Secreto entre lazos: ErradicaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora