Adeline Strudwick
No lo encuentro, no lo encuentro, no lo encuentro, no lo encuentro, no lo encuentro, no lo encuentro...
Desde que llegué de la habitación de mi nieta he estado buscando con desespero las llaves del cajón pero no las encuentro en ningún lugar de la habitación, ni siquiera entre mi ropa o la de Andrew, ni entre las repisas de la pared o por dentro de los libros con compartimientos secretos... En esta habitación no está, tampoco en la biblioteca y mucho menos en el último piso.
Me detengo en mi búsqueda, rindiéndome en su encuentro pero manteniendo en mi sentir todo desespero existente en mi corazón y la preocupación transmitida desde mi esposo mezclándose fácilmente.
Nuestras miradas se mantienen en busca de respuestas, sus ojos verdes menta fijos en mis pálidos orbes de color azul, diciéndonos lo que no sabemos y a lo cual no le encontramos respuesta; le estoy contagiando mi desespero pero él me está trasladando su preocupación a mí, nuestras almas fundidas en una igual se están comunicando sin necesidad de palabras.
La calidez de sus manos atrapa mi rostro, pasando sus suaves pulgares por el rabillo de mi ojo evitando la caída de una preocupada lágrima que rápidamente podría convertirse en un amargo llanto por no encontrar lo que con tanto apremio necesito encontrar.
— Cálmate, calmémonos porque así no podemos.
¿¡Por la maldita tierra que me maldijo y a la cual yo le invertí la cruz!? ¿¡Dónde carajos están esas llaves y porque no están donde mierda las dejé!?
Ok, listo... ya puedo respirar hondamente para buscar en lo más profundo de mi alma la tranquilidad que necesito en mi ser porque Lucas tiene razón... Andrew tiene razón, así ninguno de los dos vamos a poder pensar con claridad.
Cambia su mirada al resplandeciente dorado de su verdadero ser provocando en mí la acostumbrada fijeza de toda la atención que le presto cuando hace eso, cuando le baja a mi corazón las angustias en un adormecimiento físico que le permito confianzudamente.
¿Cómo su dorado mirar puede calmarme? La respuesta es sencilla, el sabe calmarse mucho mejor que yo, él sabe calmarme con adormecer mi sentir bajo esos practicados hechizos a lo largo de décadas.
La fuerza bruta de un demonio, si no puedo hacerlo por las buenas lo haré por las malas y así será, arrancaré la puerta para tener acceso al interior del cajón pero apenas logro ver lo de adentro, lo que más temía se muestra frente a mis ojos... La ausencia de ese libro de maldiciones escritas por mí bajo el desarrollo de plantas compuestas y mezcladas.
El rastro que comienzo a buscar no aparece por ningún lugar y el peso de la incertidumbre se hace sobre mis hombros en un estrés de desconocimiento intenso, no hay ningún tipo de aroma en el ambiente, no hay ninguna huella y tampoco hay rastro de alguien ¿Hace cuánto fue? ¿Qué tan rápido fue? El que lo haya tomado ocultó su aroma y lo tomó con una velocidad gigantesca.
— Adeline... — ¿Ya viste que es lo que falta acá? Ya te diste cuenta porque de lo contrario tu voz no habría sido tan temblorosa como se acaba de escuchar.
Lo tomo de la mano tan solo para trasladarme con él hacia la biblioteca pidiéndole ayuda del libro que complementa el ausente, la verdadera razón por la cual creé esos hechizos y los practiqué en objetos de prueba sin saber ellos de lo que realizaba... Por eso también existe aquella habitación en aquel solitario piso.
El Rubio es quien lo encuentra y apenas llega a mi lado, se lo arranco de las manos con un sobresaliente temor que me domina como si fuese tan solo títere de ese sentir, sobre la mesa de madera, abro las gruesas hojas dirigiéndome directamente a la mitad que describe los efectos en nuestra especie, buscando entre los síntomas todo lo que acabo de ver en Akira con un dolor y temor demasiado grande.
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Secreto entre lazos: Erradicación
FantasyEl secreto aún existe y el lazo se mantiene, pero hay algo acechando alrededor de Akira Berglind que ellos deberán intentar erradicar. El poder no deja de crecer a pesar de haber superado y abrumado a cualquiera desacostumbrado a su presencia. Fuer...