El destino de Portgas D Ace no era otro que el de convertirse en el mejor alero de la NBA, aquello era algo que el muchacho sabía muy bien. Sus habilidades, carisma y atractivo lo habían convertido en uno de los estudiantes más influyentes y deseado...
<< ¿Y cómo huir cuando no quedan islas para naufragar? >>
JOAQUÍN SABINA
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Colocó con cuidado sus cosas en la mochila, se colgó las asas al hombro y salió dispara de casa con una enorme sonrisa en el rostro.
— ¡¡Nos vemos luego!!— se despidió de su madre.
— No llegues tarde, ____— respondió.
La joven asintió con énfasis, cerró la puerta y se dirigió a la parada de autobús que quedaba a pocos metros de su casa, justo enfrente de la panadería de la que salía ese inconfundible olor a pan recién hecho que tanto le gustaba.
El escaparate de la tienda dejaba a la vista una tentadora exhibición de pasteles, rosquillas y galletas de todos los colores y tamaños, y aunque ____ ya había merendado, tuvo que hacer un esfuerzo por no irrumpir en el establecimiento con un par de billetes apretados en la mano.
Tampoco tuvo que esperar mucho, al fin y al cabo, los conductores que se turnaban para dirigir el autobús tenían por costumbre seguir el horario establecido a rajatabla. De modo que el vehículo no tardó en detenerse frente a la chica.
____ sacó unas monedas de la mochila que colgaba de su hombro y las introdujo en la hucha que encontró a su derecha nada más subir al autobús.
— Buenas tardes, ____— le sonrió el conductor, quien conocía a la joven desde que la chica había empezado la universidad, hacía casi dos años.
— Buenas tardes, Iceburg— respondió ella, devolviéndole el gesto y chocando sus nudillos con los del hombre peliazul.
La muchacha se giró y atravesó el pasillo del autobús hasta llegar a los asientos del fondo, ignorando por completo las butacas vacías que quedaban junto a un par de personas. Se acomodó en el asiento de la derecha, el que quedaba justo al lado de la ventana— su favorito—, y se limitó a mirar a través de ella.
Aprovechó la tranquilidad de aquel silencio que sólo se veía eclipsado por el ruido del motor para pensar en el examen de matemáticas que tendría dentro de dos días. Las ecuaciones estaban acabando con ella, pero se obligó a relajarse cuando recordó que podría contar con la ayuda de Nami.
No obstante, la incógnita que más espacio ocupaba en su mente no eran los problemas matemáticos, ni tampoco el trabajo de literatura que tendría que presentar el próximo día, sino la misma pregunta que llevaba años haciéndose.
<< ¿Cuándo encontraré a ese "amor de mi vida"? >> volvió a decirse al tiempo que recordaba la célebre frase de su madre.
Suspiró en un gesto de frustración y una pequeña mancha de vaho apareció en la ventana a la altura de sus labios, opacando el cristal.
____ sonrió y volvió a exhalar por la boca, decidida a deshacerse de aquella incógnita de una vez por todas. Escribió la inicial de su nombre en el cristal y una x seguida de un espacio en blanco. Retiró la mano y sonrió, satisfecha.
Ahí quedó escrita la ecuación más complicada a la que tendría que enfrentarse en la vida.
El tono de llamada de su móvil la sacó de su ensimismamiento, y ____ se apresuró a abrir la mochila para contestar la llamada.
— ¡¡____!!— exclamó una voz al otro lado de la línea—. Llevo esperándote media hora, y estas películas no van a verse solas.
— ¡Hey, Luffy!— respondió ella con una sonrisa colmada de ternura—. No te preocupes, enseguida estoy allí.
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