CAPÍTULO 21

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<< ¿De qué sirve confesarme si no me arrepiento? >>

EL PADRINO


Hacía mucho tiempo que Portgas D Ace no tenía una cita, y aunque en cierto modo su situación actual no había cambiado mucho, lo cierto es que el pecoso se sentía a estrenar. La semana no había pasado tan rápido como a él le hubiera gustado: las pruebas médicas a las que había tenido que someterse en relación a la quimioterapia lo habían dejado pasado, y Law no había mostrado clemencia cuando le había dicho a Sabo que estuviera pendiente del pecoso las veinticuatro horas del día. 

Sí, Ace se había decantado por la quimio en el último segundo antes de firmar los papeles médicos, pero eso había sido resultado de la presión social que cargaba a la espalda como una cruz desde que había vuelto de Maryland. Los ánimos de Deuce, las súplicas de Sabo y el pensar qué sería de su querido hermano pequeño si escogía someterse a eutanasia, lo habían descompuesto. Sin embargo, aquello no significaba que estuviera conforme con su decisión.

Odiaba el cáncer, odiaba la quimio y se odiaba a sí mismo por ser la principal causa de sufrimiento de las personas a las que más quería. Pero no podía permitirse pensar en esas cosas aquella noche.

Si había algún momento en el que Ace no se sintiera un desgraciado limitado por una enfermedad terminal, era cuando se le presentaba la oportunidad de disfrutar de la compañía de la mejor amiga de su hermano pequeño. Y es que Ace se había dado cuenta en las pocas semanas que la conocía que adoraba actuar para ella, fingir que no tenía que preocuparse por las quince pastillas que tenía que ingerir a lo largo del día, ni por la nueva cánula nasal, ni por la primera dosis de quimio que le suministrarían dentro de dos semanas. 

Ya se lo había confesado: "son cosas como esta las que me animan a no pegarme un tiro". Y a pesar de que ella no hubiera entendido nada, Ace sentía que se había quitado un gran peso de encima. El propio pecoso se había dado cuenta de que necesitaba a alguien con quien poder desahogarse y ser él mismo, y estaba claro que no podía hacerlo si la gente seguía mirándolo como si fuera un muñeco de la más exquisita porcelana. 

Esa era de las pocas razones por las que Ace se batía en largas discusiones con Sabo para que lo dejara salir de casa: porque le apetecía ser él mismo con alguien que no lo viera como a un muerto; porque adoraba bromear; y porque estaba enamorado.

El solo pensar que él, un idiota sin remedio, podría haber encontrado el amor lo hacía sonreír. Y aquella vez no fue la excepción.

Sus labios dibujaron una sonrisa bobalicona y el tío que lo miraba desde el otro lado del espejo le devolvió el gesto. Ace colocó las manos bajo el chorro de agua fría que salía del grifo y trató de enderezar su melena desordenada. Se había puesto la sudadera que había llevado Sabo en su primera cita con Koala para que le diera la misma suerte que a él, unos pantalones negros y unos deportivos blancos a juego con la sudadera.

El plan era sencillo: ver el partido, cenar, y si la cosa iba bien, ver una película. Le importaba poco el desenlace de aquella noche; lo único que de verdad le interesaba era que podría estar con ____ el resto del día, y eso despertaba en su pecho un agradable calor que hacía tiempo que no sentía.

No tenía planeado tocarla, provocarla ni besarla. Solo quería estar con alguien que valorara el placer de la buena música y una agradable compañía. O al menos, de eso intentaba autoconvencerse Ace. 

Bajó las escaleras despacio para intentar cansarse los menos posible y que no acabara sudando toda la ropa, entró en el salón para despedirse de Luffy y Nami y se pasó por la cocina para que Sabo le diera el visto bueno.

𝐄𝐥 𝐡𝐞𝐫𝐦𝐚𝐧𝐨 𝐝𝐞 𝐦𝐢 𝐦𝐞𝐣𝐨𝐫 𝐚𝐦𝐢𝐠𝐨 [Ace x Lectora]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora