El destino de Portgas D Ace no era otro que el de convertirse en el mejor alero de la NBA, aquello era algo que el muchacho sabía muy bien. Sus habilidades, carisma y atractivo lo habían convertido en uno de los estudiantes más influyentes y deseado...
<<El destino tiene por costumbre no dejarnos elegir nuestro final.>>
HANNIBAL LECTER
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— Mi padre se encargó de todo en Maryland— concluyó Law al tiempo que se recostaba en el respaldo de la butaca—. Sabo tuvo que dejar la universidad para encontrar un trabajo a tiempo completo con el que pagarle la medicación a Portgas-ya. Bueno, ya sabes cómo funciona la sanidad en Estados Unidos...
El médico hizo una pausa mientras se permitía perderse en los recuerdos de aquel año en los que casi llegó a pensar que Ace no viviría más de dos meses. Recordó cómo el pecoso había llegado a perder quince kilos en dos semanas, el cansancio que acabó asediando a Sabo y el miedo de Luffy al pensar que podría perder a sus dos hermanos.
— Mi padre fue esa segunda opinión facultativa que Portgas-ya necesitó para entender que aquel cáncer podría matarlo. Sin embargo, visto que habían vuelto a aparecer un par de nódulos, se le volvió a realizar una lobectomía para extirparle otra parte del pulmón.
— Qué lástima...— pensó la chica en voz alta, la mirada fija en sus manos entrelazadas.
Law, por su parte, frunció los labios y se encogió de hombros.
— Unas semanas después le diagnosticaron metástasis en los huesos y mi padre decidió permitirle volver a casa. Un cáncer terminal es más llevadero en compañía de tu familia.
____ apretó los labios mientras asentía con la cabeza, tratando de controlar las lágrimas que habían comenzado a humedecerle los ojos. Era consciente de que Ace debía de sentirse en deuda con Sabo y que, conociéndolo, quizás no supiera cómo agradecérselo. También sabía que lo más probable es que se sintiera lo suficientemente solo como para no haberle hablado de su enfermedad por miedo a perderla.
— Me va a odiar...
Law arqueó las cejas, casi divertido por aquella absurda declaración.
— ¿De qué demonios hablas?
— Lo dejé allí plantado cuando más me necesitaba a su lado— explicó ella, escondiendo el rostro en las palmas de sus manos.
— ¿No eras tú la que tenía que tomar la decisión?— gruñó Law, cruzándose de brazos—. ¿Por qué estás dudando ahora?
— Porque me siento fatal— lloró ella finalmente—. Seguro que está asustado y se siente culpable de todo.
El ojeroso se la quedó mirando durante un rato, asombrado por el súbito cambio que sus palabras habían tenido sobre el comportamiento de la muchacha, y por un instante, casi pareció que estuviera viendo a su yo de hace dos años. Extendió su mano para posarla sobre las de la joven en un intento de transmitirle ánimos, un gesto que él hubiera agradecido de estar en su situación.