El destino de Portgas D Ace no era otro que el de convertirse en el mejor alero de la NBA, aquello era algo que el muchacho sabía muy bien. Sus habilidades, carisma y atractivo lo habían convertido en uno de los estudiantes más influyentes y deseado...
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El animado parloteo y los tronantes aplausos de la afición llegaban al vestuario como un remoto susurro que solía ser el detonante de los nervios de Marco antes de cada partido. No obstante, aquel día la mente del rubio se había protegido tras una niebla cuya preocupación no estaba dirigida al juego que tendría lugar en quince minutos, sino en el mensaje que había recibido de ____ la noche anterior.
La noticia de que Ace había vuelto a ser ingresado en el hospital lo había dejado trastocado, animándolo a permanecer en vela a la espera de cualquier novedad. Había exigido saber todos los detalles, pero ____ le había tranquilizado al decirle que lo mantendría informado de cualquier cambio.
Desde que se habían conocido, Marco había visto en Ace el hermano pequeño que jamás había tenido. Había velado por su bienestar desde que los dos dejaron atrás sus diferencias en la cancha, y ambos se había dado cuenta de lo bien que se complementaban. La amistad que se había cimentado entre ellos había construido un vínculo que los hacía sentir mucho más unidos que los lazos de sangre, un sentimiento que había trascendido en el tiempo hasta aquel momento, probablemente la etapa más difícil que los dos atravesarían en sus vidas.
Para Ace era obvio que la situación se había convertido en una bomba de relojería que nadie sabía cuándo acabaría por detonarse, pero para Marco, que había decidido cargar sobre sus hombros la responsabilidad de cumplir el sueño del pecoso, también estaba suponiendo un reto que había estado cerca de agotarlo psicológicamente en varias ocasiones.
— Ey, ¿estás bien?— la voz de uno de sus compañeros de equipo, Pedro, lo sacó de su ensimismamiento.
Marco parpadeó varias veces antes de asentir con la cabeza, obligándose a poner en orden sus pensamientos y emociones una vez más. Se movió un poco sobre el banquillo para dejarle espacio al muchacho y este tomó asiento a su lado, aceptando la invitación.
En realidad, por mucho que Marco hubiera procurado ocultar su preocupación de sus compañeros, algunos de ellos habían llegado a intimar tanto con él que casi podían leer la inquietud en sus ojos. Pedro era uno de ellos.
Marco les había contado el motivo que lo había animado a abandonar su antiguo equipo y viajar a Estados Unidos para jugar en la NBA. A aquellas alturas, todos en aquel vestuario conocían la dramática historia de Portgas D Ace y apoyaban la causa de Marco como una de las acciones más admirables que habían visto nunca.
Pedro frunció los labios tras estudiar la expresión meditativa y cansada del rubio, sin saber qué decir para poder animarlo. Extendió el brazo para colocar la mano sobre el hombro de su compañero, un gesto con el que pretendía transmitirle mucho más que un poco de fuerza.
— Un partido más— murmuró Marco con el ceño fruncido, resuelto—. Un partido más y podré volver con él.
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