Capitulo 23 Laura

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Ver a Pablo en esa actitud  me asusto muchísimo.
Sabía que su intención no fue empujarme ni mucho menos pero me dio miedo. Él. Su cambio de postura, sus ojos rojos de la ira y sus nudillos blancos de tanta fuerza que contenía.
Toda esa actitud ocultaba al Pablo que a pesar de tan poco tiempo conocía a la perfección, y que me gustaba.
Porque sí, me di cuenta de que me gustaba. Es demasiado pronto para decir que me había enamorado pero sí de algo estaba segura, era de que me gustaba demasiado.
Su actitud inmadura, su pelo largo, su ropa ajustada, sus gestos infantiles, su odio hacia Arjona, todo y cada una de esas cosas complementaban  al Pablo que me tenía imaginando como seria compartir algo más que salidas nocturnas por ahí.


Le hice caso y me metí en mi departamento. Obviamente con la mente súper alterada.
Me paseaba de un lado hacia el otro. Corriendo el riesgo de crear un surco en el suelo. Mordisqueaba mis uñas, una costumbre asquerosa que tengo desde que tengo memoria para recordar.
Me tranquilizaba en cierto sentido oírlos hablar, aunque varias veces el tono de voz era elevado, casi un grito.

Así que no pude evitar oír los que Pablo casi con la voz quebrada reclamaba. Ese hombre era o fue el amante de su madre.

Me hablo muy poco sobre ella, evadía el tema cada vez que intentaba sacar el tema. Lo único que me dijo como para que no preguntara más fue <me abandono cuando era un crio>  y comprendí que no debía preguntar más sobre el tema.
Pero hay algo que aunque sus palabras no lo digan, sus actitudes si lo hacen…en el fondo aún espera verla, aunque sea para poder reclamarle que se haya ido sin despedirse.

No quiero levantar el dedo acusador contra nadie porque no se cuales fueron las circunstancias que la llevaron a tomar tal decisión. Me imagino que se habrá enamorado de ese señor con el que huyo, pero no concebía la idea  de que haya dejado a su hijo por un supuesto amor.

¡Vamos! ¡Qué dicen que el amor incondicional lo tienen las madres¡

Por eso no comprendía como hizo para dejarlo. Mi madre hasta el día de hoy dice que me extraña en la casa, y si fuera por ella hubiera ido a vivir con ella nuevamente cuando paso todo lo de Germán. Se ofendió cuando le agradecí sutilmente la invitación  pero me negaba a  volver a mi habitación de adolescente donde tenía pegada en las paredes fotos de Rick Martin y unos cuantos actores de las novelas a las que me enganchaba cada  vez que podía.
Una vez que volamos del nido no queremos volver al menos que sea para buscar comida de vez en cuando.

Apoye con sumo cuidado la cabeza  contra la puerta para escucharlos mejor porque me asusto que de golpe ya no se oyeran más discusiones.
Antes de que pudiera hacer algún tipo de suposición oí como bajaban las escaleras.
Abrí de golpe la puerta, sin ponerme a pensar que me vieran como una chismosa pero ya no estaban. A través del silencio se filtraban sus pasos bajando las escaleras.
Cerré y corrí hacia el balcón.

Llegaron a la calle unos minutos después. Se quedaron en la vereda parados hasta que Pablo con un gesto detuvo un taxi.
El conductor bajo y abrió el maletero para que el hombre que lo acompañaba metiera en él la valija que lo acompañaba.
Mientras ellos hacían ese trabajo, Pablo sin mirar lo que hacían se metió en el asiento del acompañante.
Después de esa escena vi como el taxi se alejaba, dejándome a mi sola y angustiada. Necesitaba saber que estaba bien pero  a la vez me contenía para no parecer pesada.
Solo me preocupaba que reaccionara mal a cualquier cosa que ese tipo haga o dijera, porque cuando se abalanzo contra ese señor, él solamente sonrío de manera nerviosa, pero fue suficiente para activar la violencia en Pablo.

Me trague mi ansiedad y para distraerme decidí ponerme a trabajar. Mañana ya era lunes y debía ponerme al día con las correcciones de la semana. Si realmente quería ser reconocida o tomada en cuenta para los eventos importantes dentro de la editorial  debía ser una empleada modelo en lo que a mi trabajo refería.
Tome varias de las carpetas que me había traído para revisar, busque los lentes que usaba para descansar la vista y me senté en la silla del comedor.
Pasados unos minutos  me prepare un café bien negro para concentrarme.
Comencé a hacerles las correcciones en lápiz al primer manuscrito. En el tercer capitulo ya me di cuenta que no valía la pena seguir leyendo. Era demasiado obvia, ya me imagine el final y sabia como terminaría todo.
Era el típico cliché de chica pobre, que se veía fea e insuficiente para un hombre y el millonario, sexi que la veía hermosa y le ponía el mundo a sus pies. Se conocerían y tendrían como mínimo tres hijos, sin contar las sesiones de sexo inacabables.
Estos protagonistas tenían sexo desenfrenado toda la noche sin descanso en la cual la chica siempre acababa satisfecha.
¡Ni yo me creo eso!
La cantidad de veces que me había quedado sin postre me hacían dudar de que algún día encontraría al semental indomable para mí.

Mi vecino...Mi Cupido  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora