Capítulo 28: El gran día - Parte 2

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-Y eso fue todo lo que pasó... -finalizó el rubio. Durante aproximadamente unos tres minutos, Arnold no paró de hablar. Le había contado toda la historia con lujos y detalles a su amigo. En casi toda la historia no lo había mirado a los ojos, no podía. Se había mantenido cabizbajo la mayor parte del relato, y cada vez que intentaba clavarle la mirada, la culpa lo atormentaba, haciéndolo titubear.

Sid no mostraba expresión alguna, su rostro seguía siendo el mismo de siempre: calmado y sereno. Simplemente mantenía sus apagados ojos en los de Arnold, asimilando toda la información.

-Lo siento... -agregó el rubio. -Lo siento tanto, en verdad... -Unas pequeñas lágrimas empezaron a brotar de sus cuencas visuales, recorriendo sus mejillas hasta finalmente caer al suelo con lentitud.

Sid dio un paso al frente para acercarse aún más. Ambos se miraron en completo silencio, para el rubio parecía una tormentosa eternidad de sufrimiento. Se esforzaba para no romper en llanto, se sentía fatal, tenía el alma destrozada. Sid era uno de sus grandes amigos y se sentía un completo traidor. Un escalofrío recorrió hasta la última partícula de su cuerpo cuando notó una sincera sonrisa formarse en el joven rostro de su gran compañero. La confusión fue aún mayor cuando Sid extendió sus brazos y lo rodeó con ellos, presionándolo en un reconfortante y acogedor abrazo. El rubio tenía sus ojos desorbitados, abiertos como dos planetas, mirando a la nada.

Algunos aliados comenzaban a llegar.

-Eres la mejor persona que he conocido en toma mi vida -le susurró al oído, mientras seguía abrazándolo. -Helga me lo contó todo, confío plenamente en ella, y esto me demuestra que también puedo confiar en ti... -Apretó con más fuerza sus brazos. El rubio no pudo soportar más y lloró desconsoladamente en el hombro de Sid. Helga echó un vistazo al par de amigos, sabía con certeza todo lo que estaba ocurriendo. Sin embargo, solo ella tenía el conocimiento de ello, los demás no se daban cuenta de nada, estaban muy ocupados preparándose para el enfrentamiento y saludando a los nuevos integrantes que se sumaban al grupo. Sus labios se apretaron y sus brillantes ojos se humedecieron al contemplar la conmovedora escena.

Finalmente, Sid se alejó con lentitud de su amigo y lo miró una vez más a los ojos, con determinación y firmeza.

-Solo quiero decirte que si piensas competir contra mí, no te la dejaré nada fácil -bromeó, mostrando los dientes. -Ella es perfecta y la quiero para toda mi vida. Lucharé con uñas y dientes -dijo con determinación en su mirada. Arnold no pudo evitar quedar perplejo antes las palabras de su amigo. Sentía admiración hacia él y más que eso, pudo sentir con claridad el enorme cariño que él sentía hacia Helga. "Ha cambiado tanto...", pensó.

-No, no... Nada de eso -se defendió de inmediato. -Eso fue tan solo un error y además...

-Eso no tienes que decírmelo a mí -le cortó. Arnold siguió la mirada de Sid, la cual se había apartado por unos instantes. A unos metros de distancia, pudo ver la delgada silueta de Helga, que los miraba con semblante reflexivo. -Creo que ustedes tienen que aclarar su asunto -dijo, dándole unas palmaditas en el hombro y marchándose. -¡Ah! Y por cierto, límpiate las lágrimas antes de ir con ella... No quiero que espantes a mis valientes soldados -bromeó de espaldas. Arnold trató de reír mientras hacía caso a sus palabras. En un par de segundos más, Sid se había marchado y se encontraba reunido con un gran grupo de estudiantes que acababa de llegar.

Las miradas de Arnold y Helga se chocaron creando una parálisis total en sus cuerpos.

Tiempo restante para el enfrentamiento: 17 minutos.

-Tenemos que hablar -le pidió el rubio amablemente, con un poco de vergüenza. Helga asintió.

-Comienza...

¡Hey Arnold! La nueva eraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora