Capítulo 32: Deireadh - Parte 3

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Arnoldy Gerald se encontraban cara a cara, sin mover ni un solo músculo, con susmiradas fusionándose en un intenso choque. Solo estaban de esa manera, sin hacer absolutamente nada. Los segundos se hacían eternos y parecían durar miles de años. A su alrededor, la intensa batalla seguía en su deslumbrante clímax, con la clara ventaja de los bravucones.

"¿Yo tampoco? ¿¡Qué mierda acabo de decir!?", se reprendía el rubio en su mente. Su piel estaba helada y unas pequeñas gotas de sudor escurrían por su frente. El moreno parecía no tener intención de actuar pronto, era como si entendiera que solo con su presencia provocaba un doloroso sufrimiento a su antiguo mejor amigo. Un tormento tal como el que estaba pasando él mismo.

-¿Por qué haces esto? -Fue lo único que pudo decir Arnold.

-... -Gerald se mantenía inquebrantable, con su furiosa mirada clavada en los claros ojos del rubio.

Finalmente, el moreno dio el primer paso, encaminándose hacia su objetivo. Arnold se tambaleó con miedo. Tener una pelea con su mejor amigo era lo que menos deseaba.

-¡Espera! Sea lo que sea, podemos solucionarlo... ¡Solo confía en mí! -suplicó.

-¿Confiar? -respondió con ironía, deteniéndose a medio camino. -Ya lo hice por tantos años y lo único que obtuve es darme cuenta que eres un hijo de puta -reclamó con cólera. Sus dientes rechinaban y sus puños comenzaban a acumular fuerzas.

-¿Dé que hablas, Gerald? Por favor, dímelo... -pidió con calma. El rubio se atrevió a persuadir la peligrosa situación en la que se encontraba. Notó como el rostro de su amigo dejaba de transmitir furia y enojo, para perderse en sus abismales pensamiento. Dio unos pequeños pasos hacia adelante, con cautela y a una velocidad de tortuga, casi arrastrando sus pies. El moreno se mantenía cabizbajo, envuelto en ilusiones.

Una vez más volvió a recordar las fotos, la falsa verdad que creía...

-Cualquier cosa que suceda, podemos solucionarlo... ¡Juntos! -Arnold seguía acercándose, se encontraba a escasos metros de distancia.

Gerald meneó la cabeza con brusquedad, volviendo a la realidad en la que se encontraba. Sus ojos se clavaron nuevamente a los de Arnold, mirándolo con sorpresa e incredulidad, como si se hubiera olvidado que estaba allí. Su rostro cambió en menos de un pestañeo, su ceño se fruncía generando varias arrugas y sus puños estallaban.

-¡Maldito hijo de putaaaa! -rugió y se abalanzó hacia su presa, corriendo como un loco desquiciado.

-¡Mierda! -reclamó Harold al recibir un fuerte golpe. Se pasó la mano por la zona afectada y reaccionó como un profesional, devolviéndole la entrega a uno de los bravucones.

Sid se encontraba cerca de él, disputando una pareja batalla contra uno de los aliados de Wolfgang. El par de amigos habían dejado fuera de combate a uno de los malhechores, y ahora se encontraban cada uno enfrentando su respectivo duelo.

El alto y flaco moreno que Harold acababa de golpear se levantó de un solo salto, parándose frente al gordete. Ambos mantenían una pose defensiva, tratando de predecir el movimiento del otro. Por su parte, Sid repartía golpes a un muchacho de cabello largo, en una clara ventaja. Le dio un golpe más en el rostro y lo agarró de la camisa, acercándolo a él para propinarle un fuerte rodillazo en el abdomen. El cuerpo del universitario se desplomó como un saco de cemento, quedando fuera de combate. Sus ojos apenas se mantenían entreabiertos y su cara estaba llena de moretones.

Harold evadía cada uno de los golpes que trataba de darle el moreno a quien se enfrentaba. El gordete era un buen luchador, su porte y corpulencia hacía que los golpes que recibía no le afectaran tanto, mientras que los que daba eran fuertes y eficaces. El flaco moreno se acercó descuidadamente para encestarle un tremendo puñetazo en los costados. El gordete supo cómo aguantarlo, y con rapidez, agarró el brazo de su oponente y lo atrajo hacia él. Lo agarró por la espalda y le aplicó un terrible abrazo de oso. En menos de diez segundos, el bravucón se encontraba con el rostro como un tomate y solo fue soltado por el gordete hasta que estuviera inconsciente por completo.

¡Hey Arnold! La nueva eraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora