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—¡Mírate! ¡Das asco! —Gritaban los que hacían llamarse sus amigos mientras caminaba por los pasillos de la escuela.

—¿Eh? ¿Quieres ir a mi casa? Vamos a ver una película... —Tipos se le acercaban a acosarla.

—¡Eres un mal ejemplo para esta institución!

—Basta...—Susurraba con desgarre la ojiverde.

—¡Bazofia!

—Basta, por favor...—Pedía con la voz quebrantada.

—¡Largo de esta casa! ¡Eres un mal ejemplo para tus hermanos!

—Papá... Mamá...

—¡Basura! ¡Das asco! ¿¡Por qué no te mueres!? ¡No puedo creer que me haya juntado con alguien como tú!

—¡Bastaaaaa! —Con la respiración agitada, abrió los ojos, encontrándose con una habitación oscura, la brisa del viento refrescando su rostro, sintiendo un pequeño escalofrío recorrer su espina dorsal.

—Dios, Lauren... ¿Estás bien?—Preguntó aquel hombre prendiendo las luces de la habitación de la ojiverde.

—Sí, sí, yo... Sólo tuve una pesadilla...—Lauren limpiaba sus lágrimas.

—¿Quieres que le llame a Lucía para que duerma contigo? —El hombre prendió la lámpara de escritorio que estaba al lado de la cama de Lauren y tomó asiento en los pies de la cama de la ésta. Lauren negó con la cabeza y simplemente se dedicó a limpiar sus lágrimas que estaban escurridas por sus mejillas.

—Gracias, señor Vives... Pero creo que ya voy a dormir...—Lauren sonrió ante la preocupación del hombre de cabello rizado.

—Sabes que puedes contar conmigo y Lucía, Lauren, si se te ofrece algo puedes decírmelo, no te preocupes, nosotros somos tu familia.—El hombre tan sólo le dedicó una sonrisa serena a Lauren, para después levantarse de la cama y salir de la habitación, dejando la luz de la lámpara de escritorio prendida.

Lauren sollozó y abrazó sus piernas. Ver su propia imagen en el espejo le causaba asco, repugnancia, quería morirse, pero había un motivo para no hacerlo... No podía salir a la calle con normalidad, sentía que toda la gente le miraba, la analizaba, la reconocía y se burlaba de ella a sus espaldas. Mucho menos asistir a una universidad con normalidad como lo hacían los chicos de su edad.
  Quería hacerse daño, rasguñando sus muñecas, dejando heridas que para ella eran pequeñas, necesita hacerlo, quería hacerlo, lo necesitaba... ¡Lo necesitaba!
Necesitaba desquitar su dolor, causándose más dolor a sí misma, reabriendo aquellas heridas que estaban a punto de cicatrizar...
Siendo detenida por aquel llanto que provenía al otro lado de la su habitación, desde aquel aparato estorboso que estaba decorado con adornos rosados e infantiles.

—Oh no... —Lauren tomó un pequeño pedazo de papel para cubrir la parte ensangrentada de su muñeca. Levántandose de la cama, cerró su ventana para ir a ver a aquel pequeño ser humano que estaba llorando con desespero, esperando a que se madre lo tomase en brazos.
—¿Qué voy a hacer contigo?—Lauren, aún con sus ojos cristalizados, se inclinó para poder tomar en brazos a aquella pequeña bebé.
Meciéndola en sus brazos para tratar de tranquilizar su llanto. Aquella pequeña criatura tan sólo tenía tres meses de nacida.
—Vamos, Beth... Deja de llorar...—La ojiverde comenzó a tararear una melodía de cuna. Aquella pequeña parecía reconocer la voz de su madre, pues cuando la escuchaba cantar, ésta se tranquilizaba, bostezando y estirando sus piernitas y brazos.
—Eres tan hermosa...—Susurró Lauren plantando un pequeño beso en la frente de la pequeña. Revisó que todo estuviese bien con la pequeña, y en efecto, todo estaba bien.
Alguien abrió la puerta de Lauren, aquella figura que Lauren reconocía a leguas.

Heridas; Camren G!PDonde viven las historias. Descúbrelo ahora