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—¡Bah! —Exclamó mientras se estiraba— Que día tan más largo...—Comentó al terminar su jornada, sintiendo como su espalda tronaba.

—Bueno, tú no estuviste siendo interrogada por una investigadora...—Murmuró Camila sintiendo como los párpados de sus ojos estaban por cerrarse, no tenía sueño pero estaba cansada.

—Oh, no fui interrogada, pero yo sí la interrogué. —Aclaró sonriendo, colocándose su sudadera mientras que Camila amarraba los cordones de sus zapatos.

—En serio te lo agradezco mucho —Tras un gruñido terminó de amarrar los cordones, reincorporándose para después estirarse y bostezar—, ahora no sé cómo es que llegaré a casa.

—No entiendo como fue posible que te robaran tu bicicleta. Era tan linda. Parecías una linda y joven universitaria cuando la montabas —Comentó haciendo que Camila riese—, aunque siempre te quejabas porque te lastimaba las bolas.—Agregó haciendo que la risa de Camila se apagase.

—¿Podrías no recordarme eso?—Pidió a la vez que acomodaba su pantalón ajustado. No sabía siquiera el porqué había elegido ponerse aquel pantalón, pero había sido una idea bastante mala, ya que todo el día había tenido dificultades con ocultar cierto secreto.

—Lo haría si no estuvieras rascándote los testículos ahora mismo.—Replicó logrando que Camila de inmediato retirase sus manos de su pantalón.

—No me estaba rascando —Prostestó sintiéndose avergonzada—, probablemente me rascaría si tuviese alguna enfermedad venérea, y en mi defensa, no cuento con ninguna de éstas.

—El otro día leí un artículo en donde decía que los hombres se rascaban por inercia —Contó—, también decía que sudaban y cosas así.

—Bueno, yo no me rasco porque creo que es antihigiénico. Además de que sería raro que una mujer se rascara la entrepierna, porque, Dinah, sino te das cuenta —Aclaró la garganta— Soy una maldita mujer.

—Ay, lo siento, Señor Karlos Camilo...—Fanfarroneó haciendo que camila rodase los ojos y se ganase un codazo por parte de ésta, seguido de una sonrisa simplona.

Ambas salieron de la farmacia, mirando ésta con alivio. Ya era fin de semana por lo que ya no la verían en lo que quedaba de la semana.
Camila sentía como su cuerpo le pesaba de más. Sentía punzadas en su cabeza y su respiración se dificultaba un poco.
Sus ojos hinchados y pesados para ella. Seguro tenía unas grandes ojeras debido a tanto trabajo que habían recibido el día de hoy.
Todos los productos habían sido abastecidos y Camila no pudo evitar no querer acomodarlos.
Y sí, Camila estaba cansada, pero no se arrepentía de haber hecho aquella acción, ya que había dejado todo en orden y ésto la dejaba más tranquila y podía irse con total paz y tranquilidad a casa, con menos carga en su consciencia.

—¿Por qué no tomas un taxi?—Preguntó la polinesia y Camila negó con la cabeza.

—No tengo un sólo centavo. Se me olvidó la billetera en casa.—Contestó haciendo que su mejor amiga negara con la cabeza en seña de irritación.

—En serio que eres boba..., El amor te está afectando mucho —Murmuró haciendo que Camila se confundiera, esbozando una mueca de confusión mirando a su mejor amiga—. ¿Acaso no recuerdas que la dueña de tu corazón y madre de tu hija te está esperando en casa? —Cuestionó haciendo que todo en la cabeza de Camila se revolviera.
Había olvidado por completo el hecho de que la ojiverde pasaría la noche en su departamento. Suspirando pateó una pequeña piedra que había en el pavimento, mirando como ésta salía disparada a lo lejos.

—¿Crees que haya tomado la mejor decisión?—Preguntó Camila metiendo sus manos dentro de los bolsillos de su sudadera. Aún estaba confundida. Todo era tan repentino, y a pesar de saber las consecuencias de sus actos, aún así al parecer no se había arrepentido de aquello.

Heridas; Camren G!PDonde viven las historias. Descúbrelo ahora