·CAPITULO 3·

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No lograba conciliar el sueño, me sentía insegura con toda esta situación. Aunque claro, como no hacerlo si había gente muerta queriendo matarte a ti.
Alanna dormía tan tranquila, y por dos segundos llegué a sentir algo de envidia, por lo que decidí levantarme e ir con Santiago.

–Hola. – al llegar, tomé un cajón de frutas vacío y me senté en él, justo al lado de Santiago. La noche era silenciosa por algunos segundos, permitiendo que olvidemos a los zombies que solo buscaban saciar su hambre.

–Oh, Sofi...¿no puedes dormir? ¿noche difícil?

Algo así...es difícil conciliar el sueño en estos momentos. – volteé a verlo, y, aunque estuvieramos a oscuras, la poca luz que nos ofrecía la luna me permitió ver sus mejillas húmedas. – Oye, ¿que sucede? – dije preocupada mientras abandonaba el cajón para arrodillarme frente a él, colocando así mis dos manos en sus piernas. –

Maya... – ouch, gran detalle. – es que me preocupa no saber dónde está ahora...aún vive, ¿no?-  esperando a que le respondiera, me miraba con cierto brillo de esperanza, y...mierda, odiaría ser la causante de que pierda su fe.

–Sabes que no puedo responder eso. No lo sé...– pude notar como su mirada volvía al suelo, logrando que mi corazón llegase a doler por esa imagen. – pero como le dije a Alanna, debe estar en alguna parte, sobreviviendo a toda esta mierda, para poder estar contigo de nuevo.  dije con mi mano en su hombro, el cual presionaba levemente para llamar su atención algunos segundos.

–¿Eso crees? – su voz temblaba, y era claro que aún estaba intentando no llorar por las posibilidades de haber perdido a una de las personas más importantes que tenía. Este chico es dulzura pura, su corazón es enorme.

–Ven, ven. – no dudé en abrazarlo con cariño, sintiendo rápidamente cómo su rostro se ocultaba en mi cuello y dejaba salir unas pocas lágrimas. – ¿Me prometes que vas a mantener vivas las esperanzas? Es lo que Maya querría.

–Si, lo haré, es una promesa.

–Muy bien, ese es mi Santi. – planté un sonoro beso en su mejilla, de esos que le gustaban tanto desde que tiene memoria, logrando así que una sonrisa se formara en sus labios. – Iré a dormir ya, cuídate, ¿si?

Ve tranquila, no te preocupes. – más tranquilo, volvió su vista a la puerta, manteniendo firme el agarre a su arma.

. . . . .

Si era sincera, no creo que haya podido dormir más de tres horas. Las pesadillas fueron el principal problema, ya que en todas, mi madre era protagonista.
Intenté moverme y abandonar de una vez mi cama improvisada, pero mi cuerpo era retenido por un brazo, el cuál conocía bien de tantas noches que hicimos pijama con Alanna.
Santiago, en esa posición conmigo... cualquiera pensaría que somos algo más, y no los culpo. No tengo dedos suficientes para contar las veces que nuestras madres intentaron juntarnos, pero somos familia y jamás pasará.

Me levanté como pude sin molestar a mi amigo, tomando después un cepillo y pasta dental de la mochila. No me iré por todo el supermercado para buscar un baño de empleados, así que simplemente busqué un baño de exhibición en la sección de hogar y me lavé ahí.

Guardé las cosas de vuelta y miré a Santi, quien palpaba el sitio a su lado con el ceño algo fruncido. Entre risas, dejé un casto beso en su cabeza y susurré un "descansa"; se veía cansado aún, debería dejarlo dormir un rato más. Por eso, fui con Alanna.

–Buenos días, nena. – Saludé tranquila mientras estiraba mi cuerpo cuanto podía; dormir en el suelo no fué sencillo. Esperé más de diez segundos por una respuesta, pero nunca llegó. –¿Alanna? – coloqué mi mano en su hombro, causando que diera un brinco por el simple tacto. – Dios, mujer, ¿que te sucede? – sin hablar, tomó mi rostro y lo dirigió al ventanal del supermercado.

Oh...mierda.
Podía verse el estacionamiento con los mismos zombies de ayer, pero a lo lejos, se veía perfectamente que iban llegando más de ellos. El supermercado en la parte de enfrente solo hay ventanas, así que podrian vernos facilmente. Maldita sea, ¿podremos tener un momento de paz algún día?

Retrocedimos rápidamente y comenzamos a juntar nuestras cosas y las de Santiago, bajo la mirada de este que solo mostraba confusión. Aún así, al ver el pánico en nuestros rostros, nos siguió en nuestra tarea.

Ya listos y con arma en mano, pudimos escuchar en la parte del frente como los infectados rasguñaban las ventanas, queriendo entrar. Dudo que resistan mucho si se siguen juntando tantos ahí, podían ser fácilmente unos treinta, y, si no me equivoco, es el mismo grupo que nos perseguía cuando tuvimos que huir del auto.

–¡Mierda! ¿Por dónde salimos? Si usamos la entrada de ayer, nos verán y seguirán otra vez hasta nuestra siguiente parada.

–¡La azotea! – exclamó Alanna justo antes de correr hacia las escaleras que nos llevarían a tal lugar, con nosotros detrás de ella. –

–¿¡Y luego qué!?

–¡Maldita sea, Sofía! ¿¡Quieres vivir o no!?

Bueno, la respuesta es obvia, por lo que no dije más y asentí con la cabeza, algo frenética.

Los vidrios empezaron a crujir más y más conforme subíamos las escaleras; en cualquier segundo, se vendrán abajo.

–¡Vámonos de una vez, chicas! – empezamos a correr más rápido que antes, llegando a resbalar de tanto en tanto por la prisa. Al final de la escalera había una puerta con el letrero "azotea" en él.
La abrimos rápidamente, y, antes de cerrarla, escuchamos como se rompían las ventanas. Habían entrado.
Trabamos la puerta por si alguno subía, y luego nos tiramos al suelo con las respiraciones agitadas.

¿Y ahora qué?

. . . . .

CAPÍTULO EDITADO.

El escuadrón apocalíptico •||En Edición||•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora