Veintiocho

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Sus ojos se humedecieron cuando se encontraron con los de ella, abiertos de par en par y observando directamente hacia él, penetrando con su mirada su propia alma.

Las lágrimas no tardaron en rodar por sus mejillas, atrayendo el delgado cuerpo de Christine hacia el suyo para asegurarse de que no se alejaría, que aquello en realidad no era un sueño como muchos de los que llegaba a tener, y que como en aquellos, ella se esfumara de sus brazos y volviera a desaparecer.

Ella por su parte se sentía abrumada ante los sucesos, y apenas podía relacionar los hechos. Pero de algo estaba segura, y eso era que tenía la oportunidad de estar con su familia nuevamente.

Entonces sus brazos rodearon el cuerpo de Gabriel, aferrándose a él.

― Perdóname, Gabriel ― Alcanzó a susurrar ella mientras escondía su rostro en el hueco que se formaba entre el cuello y su hombro, depositando un suave beso en este ― Todo fue culpa mía ― Admitió con pesar, sintiéndose repentinamente agobiada.

― Hablas mucho ― Argumentó él, con una media sonrisa mientras se separaba levemente de ella, observando como el tiempo también había pasado para ella. Pero un pensamiento se encontraba en su mente; Nunca había visto a su esposa más hermosa que en aquel instante, al fin se encontraba con él nuevamente ― Extrañaba escucharte ―.

Unos pasos tambaleantes se escucharon a espaldas de ambos, ella dirigió su mirada y para descubrir que el dueño de aquellos pasos torpes y titubeantes le pertenecía a su hijo, quien en aquellos momentos se encontraba como él gato que muchas veces de pequeño aparentaba ser.

Ella lo sabía, había escuchado las peleas que habían surgido entre Gabriel y Adrien, lo había observado todo como simple espectadora, sufriendo terriblemente la separación que ambos habían causado y también viviendo la gran angustia sobre los constantes peligros a los cuales su hijo se enfrentaba.

Al igual que el dolor de no tener una madre para guiarla.

Cuando él estuvo frente a ellos no tuvo más fuerza para mantenerse de pie y cayó de rodillas, quedando a la altura de sus padres.

Su madre se reincorporo para poder quedar en la misma posición que él, admirando como se había convertido en un hombre y sintiéndose terriblemente culpable por haber faltado en gran parte de su vida, porque era algo que no podría compensar nunca en lo que le quedaba de vida.

Posó sus dos manos en los pómulos de él, limpiando con sus pulgares las mejillas traicioneras que comenzaban a salir de sus ojos.

Y ella no pudo evitar derramar lágrimas, tenía a su hijo frente a ella finalmente, podría abrazarlo durante el resto de su vida y estar con él.

― Creciste mucho, aunque es obvio, eso tú ya lo sabes ― Soltó ella de manera apresurada, desbordando alegría en sus palabras ― También yo lo sabía, te veía, y bueno, eso también ya lo sabes ― Agregó, nerviosa.

Chat Noir sonrió, llevando su antebrazo frente a sus ojos para limpiar sus lágrimas de manera rápida, logrando en el acto que su madre soltara su rostro.

Él dirigió su mirada hacia su costado, donde Emma ahora se encontraba con el pequeño Kwami en brazos, había perdido su transformación de un momento a otro y ahora se encontraba haciéndole pequeños mimos a la criatura.

No pudo evitar que un nudo se formara en la boca de su estómago, preocupado por la insensatez de su propia hija, algo que en definitiva había aprendido de Marinette y quizás heredado de él.

Porque, después de todo era hija de ambos, y era la perfecta representación de ellos.

Estiró su mano hacia ella, quien la observó confundida. Chat Noir se limitó a sonreírle, incitándola a tomar su mano.

We are back [Miraculous Ladybug]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora