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Todo ardía en llamas. Los bomberos intentaban apagar las llamaradas que salían de entre los grandes ventanales de la galería. Las personas corrían, los niños lloraban, y una mujer de pelo negro azulado buscaba a su hija con lágrimas en los ojos. Sollozaba, gritaba el nombre de la chica; la flor de su cabello había quedado dentro, consumida por el fuego.

—¡MARINETTE!—sollozaba la mujer.

Tom esperaba junto a unos cuantos enfermeros que ayudaban a las víctimas del incendio.

—¿Saben dónde está mi hija? Tiene 18 años, mide 1.62, traía un vestido rosa—suplicaba el hombre.

—¡Marinette!—continuaba gritando Sabine.

Louis corrió hasta la mujer y la tomó de los hombros para que lo viera, pero los ojos de la madre estaban perdidos, desorbitados, rojos y húmedos. No parecía verlo.

—¡Sabine!

—Mi hija, perdí a mi hija, ella venía con un vestido rosa.

—Sabine, escúchame—le dio una leve sacudida, y la mujer por fin entornó sus llorosos ojos.

Lo miró sin decir nada, esperando, con fe en su corazón, algo que la aliviara.

—La encontraron.

El héroe de París la llevaba en brazos. Tenía el pelo ligeramente chamuscado. La chica ya ni siquiera llevaba vestido, su atuendo había quedado reducido a unos cuantos harapos de color rosado que se le pegaban a la piel. Tenía los ojos cerrados y grandes manchas negras en brazos, piernas, pero especialmente en la cara. Chat Noir tampoco lucía bien. El traje lo había protegido, pero tenía la cara llena de ceniza, tenía un corte en la mejilla que descendía hasta el cuello en un hilo de sangre.

—¡Marinette!

Sabine corrió hasta ellos y le acarició la cabeza a su hija, él se detuvo y llamó a alguien que les proporcionara una camilla.

—Su hija estará bien, señora.

Sabine lo miró entre las lágrimas y asintió enérgicamente.

—Gracias, jovencito.

Chat sonrió ante el comentario y tendió a la chica sobre la camilla que ponían recién al lado suyo. Le tomó la mano inconscientemente. Se sintió casi obligado a permanecer ahí hasta que despertara, pero los bomberos necesitarían ayuda. Le soltó la mano y echó a andar hacia la construcción.

Marinette despertó en el hospital hora y media más tarde. La cegadora luz blanca relucía aún más con el color claro de las paredes, y tuvo que abrir los ojos más lento de lo que hubiera querido. Con todo y eso sentía que los ojos le escocían. Una mujer estaba a su lado, las manos cruzadas sobre el vestido. Cuando la vio abrir los ojos, los suyos se llenaron de lágrimas.

—Marinette—susurró la dama y se acercó a ella para abrazarla.

Marinette instintivamente se hizo para atrás, aturdida. La cara de la mujer le parecía familiar, pero no recordaba dónde la había visto. El gesto no pasó desapercibido, pero Sabine prefirió llamar al doctor antes que abalanzarse sobre su hija.

Diablos, estaba confundida, más que confundida. No recordaba mucho. Recordaba unas cuantas pilas de colores, un destello morado y mucho calor. Sí, tanto que casi lo sentía arder de nuevo sobre su piel. Se hizo un ovillo en la camilla y se frotó los ojos con las muñecas.

Unos minutos después entró de nuevo la mujer del cabello azul, seguida por una enfermera y un médico con aspecto nervioso. Marinette los siguió sigilosamente sin moverse de su sitio en la cama.

En mi memoria. (Adrienette)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora