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 Todavía le ardían los ojos.

Lloró al lado de Mereditte todo lo que tuvo que llorar. Casi le dieron ganas de contarle toda su vida, de hablarle de su madre y la fría relación que mantenía con su padre desde la desaparición de Nadine. Casi le entraron ganas de revelarle su verdadera identidad, pero no lo hizo.

Ahora, después de horas, por fin llegaba a casa. Si sus ojos no se volvieran completamente verdes siendo Chat Noir, se habría llevado una fuerte sorpresa cuando entró por la ventana mayor y se topó de frente con un espejo de cuerpo completo. Se detuvo un segundo, se detuvo a observarse. Sus ojos se pararon en la amplitud de sus hombros, y hasta ese momento se dio cuenta de que estaba demasiado rígido. Después, su mirada recorrió los brazos, el torso y las piernas. Era fuerte, ni como negarlo, pero, a veces, se preguntaba si ser fuerte era tan bueno como todos suponían. A veces pensaba que se había hecho fuerte de cargar con tantas penas.

Un destello verde inundó la habitación. Plagg salió del anillo, agotado, pensando en qué broma sería buena para la ocasión, sin embargo, se frenó en seco cuando se dio cuenta de que la expresión de Adrien no había cambiado. Seguía ahí, frente a su reflejo. Se acercó a él, voló hasta su hombro y permaneció junto, escudriñando con la mirada los ligeros movimientos de su portador. Plagg no dijo nada. Lo esperó. Esperó a que el rubio volviera en sí. Eso suelen hacer los amigos.

—Me agrada Mereditte—dijo el gatito, después de varios minutos de silencio.

—A mí también—Susurró Adrien.

Y su mente regresó a su lady. El nudo, también, regresó a su garganta.

Ojalá pudiera encontrarla. Ojalá pudiera volver a verla. Se imaginaba la escena, una escena tan perfecta como sólo podía verse en una pintura, como sólo podía divisar en sus sueños. La imaginaba en la torre Eiffel, de espaldas a él, mientras el viento le agitaba esas dos coletas que le sentaban tan bien. Su figura, bañada por la luz del ocaso, brillaba más de lo que podría brillar cualquier estrella. Luego la atinó girándose, lentamente, para verlo, y una corriente eléctrica le calentó la piel, sintiendo la intensidad de sus bellos ojos azules. Después, su risa, su voz, sus gestos. Imaginarla ahí, viva, con mejillas rosadas y su perfumado aroma a vainilla; saludándole. Qué no hubiera dado él por recuperarla.

Cerró los ojos con fuerza, apretando mucho los párpados, esperando que al abrirlos, su fantasía se hiciera realidad. Pero para cuando volvió a mirar, todo lo que le contestó fue su reflejo. Exhaló. Y, finalmente, se alejó del espejo. No quería ver un mundo sin ella. No quería ver nada que no fuera a su compañera. No quería.

Y ahí estaba de nuevo, solo, solo en esa gran mansión, con paredes frías y sin vida. No era un hogar, no lo era desde que su madre se había ido, desde que una fuerza extraña e incomprensible se la hubo llevado. Recordaba esos días de angustia, cuando su padre comenzó a perderse en la inmensidad de su estudio. Sus ojos fríos. Podía ver con detalle, en su memoria, el momento exacto en que su padre lo dejó atrás. Pero Adrien no quería seguir ahí, atrapado en la desesperación hiriente que provocaba la desaparición de las dos mujeres que más amaba.

A veces pensaba, muy para sí, que su corazón había partido junto con ellas...

Junto

Con

Ella

Tomó aire y se llevó la mano al hombro para asegurarse de que Plagg seguía ahí. Para su suerte así era. El kwami lo miraba a través del espejo, y cuando sus ojos felinos conectaron con los de su portador, ninguno supo cuál sentía más cariño por el otro. Jamás se lo dijeron. Pero hay cosas que no hace falta siquiera decir.

En mi memoria. (Adrienette)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora