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Lo miraba confundida. Sus ojos viraban entre los pendientes y el sonriente rostro del hombre que se los tendía abiertamente.

Marinette no podía negar que eran unas joyas bastante bonitas, pero tenían un color tan vivo y una forma tan poco usual que no pudo evitar pensar que eran pendientes de fantasía, sin valor alguno. Era justo por eso que le parecía tan raro que Gabriel, un hombre con miles en bolsa le tendiera aquellos juguetitos.

—Son muy bonitos, Gabriel—dijo la azabache mientras sus manos dudaban entre tomarlos o no.

La cara del hombre se ensombreció ligeramente y cerró el puño, pensativo.

¿Cómo no había pensado en que ella no reconocería su propio miraculous? Era una obviedad y, sin embargo, él lo había olvidado. Si quería que las cosas salieran como tenía planeado, no había mejor que empezar desde cero. Apretó los ojos un segundo y después los abrió, esbozando otra sonrisa.

—Pero si soy un tonto—se disculpó y se ajustó la corbata—¿Por qué no tomas asiento? Ya sabes, estás en tu casa.

La azabache se rio ligeramente por la broma y jaló una de las sillas que habían en la pequeña habitación. La luz de la tarde comenzaba a colarse por las cortinas y eso dejaba un pequeño toque azul impregnado en las paredes. Era como estar rodeado de gruesas paredes metálicas que reflejan su frío y poco consolador reflejo.

—¿Te gusta la magia, Marinette?—preguntó el hombre dándole la espalda.

Marinette contrajo el rostro y carraspeó la garganta con evidente confusión. Vaya, esa sí que era una pregunta rara. De todas las cosas que hubiese pensado que Gabriel querría hablarle, magia era la última en una gran lista de posibilidades.

Había pensado en que quizá se había enterado de que dejó medio descerebrado a su hijo, pero por los comentarios que a veces hacía el hombre sobre el chico, Marinette podía deducir que, tal vez, él ya lo pensaba así.

—¿Magia?—Consiguió decir. La duda se impregnaba en cada una de las palabras.

—Sí, Marinette—Dijo él, girándose lentamente para verla. Gabriel le sonreía y en sus ojos brillaba un extraño resplandor— Yo soy fiel seguidor de la magia. Siempre me ha gustado. Y, aunque no lo creas, la magia es real.

La chica asintió con la cabeza temerosa e intentó esbozar una sonrisa, pero antes de que pudiera hacerlo, Gabriel continuó con su discurso:

—¿Quieres escuchar una historia?—Preguntó retóricamente el hombre, lanzó una risotada y volvió a hablar—: Las historias de magia son mis favoritas.

—Me gusta la magia—Respondió ella a la primera pregunta.

—De acuerdo—Se rió él y tomó asiento frente a la muchacha—: Fue una vez, de hace muchos siglos, que se crearon unas joyas mágicas poseedoras de un gran poder. Todas ellas tenían poderes especiales, únicos e irrepetibles.

El diseñador movía las manos con gracia y eso tranquilizaba a Marinette. Ella no era una chica que tuviera poco cuidado con las cosas serias. Si bien era cierto que la torpeza la acompañaba en su camino, ésta nunca la tomaba por sorpresa. La azabache sonrió para el hombre y se cruzó de brazos, dispuesta a escuchar lo que su acompañante quería decirle.

Una vez que Gabriel la vio más relajada, siguió con la historia, aumentando el ímpetu de cada palabra conforme avanzaba en su relato.

—Esas joyas, siete en total, le daban su poder a aquellos que eran sus portadores, dejándoles defender la paz de soberanía del lugar que decidían proteger. Cada una contaba con una cosita pequeña y ruidosa llamada "kwami", que eran los que tenían la capacidad de ceder los poderes—Gabriel se detuvo un momento, se quedó viendo al vacío un par de segundos y luego se removió la corbata—Era magia pura y ancestral. Sin embargo, Marinette, las personas no son siempre del todo buenas...y...un día, cuando el mundo entero dormía...alguien provocó una gran catástrofe, que hizo que todos huyeran del lugar donde, también, aguardaban estas joyas: los miraculous.

En mi memoria. (Adrienette)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora