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Aquel domingo cuando despertó, apenas quiso incorporarse de la cama para ponerse las pantuflas, Marinette pudo adivinar dos cosas: La primera era que le dolía todo el cuerpo, lo que llevaba a la segunda: ese día no tenía planeado levantarse de la cama.

El día anterior había trabajado tan duro con Jeremy que ni siquiera le dio tiempo de sentir el dolor que le brotaba desde todo el cuerpo. Sentía el ácido láctico recorrer sus músculos y hacerlos papilla. Las piernas, más que cualquier otra cosa, le eran insoportables. Sentía una punzada que llegaba desde la pantorrilla hasta la espalda baja, aún acostada.

No recordaba cuando había sido la última vez que se ejercitó tanto, mucho menos recordaba si siendo la magnífica Ladybug había experimentado dolores como aquellos. Y cuando la azabache hizo su segundo intento para levantarse, una tercera idea le golpeó tanto como Jeremy con uno de sus zapatos: Tampoco tendría oportunidad de ir a ver a sus padres.

Eso sí que la hacía sentir mal. Había quedado con Sabine de ayudarle a hornear el pastel para una de sus clientas preferidas y no podía ni moverse. ¿Cómo habría de cargar cualquier cosa si no podía ni ponerse en pie?

Se dejó caer una vez más en la cama, hundiendo la nuca en las almohadas y rotó ligeramente la cabeza. Para su suerte, la laptop estaba a un lado suyo, en el buró, así que su siguiente tarea fue encenderla, ponérsela sobre las piernas y sentarse contra la cabecera. Dio un par de clikeos, y cuando la cámara estuvo lista, en la pantalla de su computadora, una sonriente Alya agitaba la mano frente al monitor para saludar a su amiga.

—¿Cómo está la bella durmiente?—le saludó la morena con plena alusión al cabello enmarañado de la azabache, quien se rió al entender la referencia.

—¿Te pasas por acá en la tarde?

—Creí que ayudarías a tu madre en la panadería.

Marinette se encogió de hombros. Vaya, eso se le estaba haciendo costumbre. Le dirigió una sonrisa a su amiga y parpadeó un par de veces.

Alya soltó una risa y la computadora se movió de su sitio, luego volvió a acomodarla.

—¿Qué tienes pensado?—inquirió la de lentes.

—Nada en realidad—reconoció Marinette—. Es sólo que hoy no puedo levantarme de la cama...

—¿Estás enferma?—la interrumpió acercándose peligrosamente a la pantalla, como si así pudiera verle los gérmenes sobre la cara. Cuando vio que era imposible, volvió a su posición normal.

—Algo así—musitó Marinette, revoloteando los ojos—. Ayer hice ejercicio y hoy apenas puedo sentarme...

—¿Ejercicio? ¡Tú nunca haces ejercicio!—gritó Alya. Dos segundos después, la reprimenda de su madre llegó desde la cocina y las dos adolescentes se soltaron a reír.

—Como sea—dijo Marinette recuperándose de la risa— ¿Te espero por acá?

Alya se lo pensó un poco, miró hacia el techo sin mover la cabeza y luego apretó los ojos, esperando porque la respuesta le corriera de la cabeza a la boca.

Cuando por fin dio con ella, abrió los ojos de golpe y soltó un bufido para quitarse un mechón de pelo de la cara. Luego, asintió varias veces, cosa que emocionó a Marinette.

—No te emociones tan pronto—advirtió a su amiga—Se supone que hoy debo cuidar a mis hermanas, así que pasaré contigo hasta que termine con ellas.

Bueno, eso no era lo que esperaba, pero podía darse por bien servida. Aunque todavía necesitaba llamar a sus padres para avisar que no iría.

El resto de la tarde avanzó tranquila y, si se lo preguntaban, un tanto aburrida. Como no podía levantarse ni hacer más, se limitó a mirar la computadora un buen rato. Puso un par de series, las quitó y jugó de aquellos juegos virtuales para niños. Estaba en ello, pensando en si poner una película, cuando alguien tocó a la puerta.

En mi memoria. (Adrienette)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora