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Casi lo atropellan al cruzar la calle, pero, en ese momento, el rubio creía que todo valía la pena.

Llegó a casa exaltado, cubierto de energía hasta el tope, completamente empapado de ganas de llegar con Marinette y relucir su plan. No tenía planeado mucho, en realidad, pero esperaba que con lo ideado, los ánimos de la chica se incrementaran. Lo que menos quería era que ella se fuera de su casa, así negara que esa fuera la verdadera razón de su extraño comportamiento.

La idea era llegar, aventar su mochila en su habitación, alimentar al latoso kwami y correr como loco hasta encontrar a la azabache.

Sin embargo, las crueles leyes de la vida dictan que las cosas nunca sucederán como lo tienes planeado, porque cuando llegó a casa, antes de poder dejar su mochila, se encontró con una Marinette triste, sentada en el sillón principal de la sala, mirando el frío televisor sin prestar verdadera atención a lo que éste decía.

Marinette tenía el televisor encendido en el canal de videos musicales, y aunque quería ver a Lady Gaga en sus mil atuendos, las sensaciones de la plática del día anterior con el señor Agreste la mantenían en un limbo del que no podía salir. Se sentía contrariada, con ganas de echarse a dormir todo el día, de revolverse entre sus cobijas sin necesidad de cumplir con sus necesidades. No tenía ganas de hacer gran cosa, y como modo para demostrarlo, se había tendido todo el día en el sofá a comer helado y ver ese bobo canal de música. Ni siquiera se percató de que alguien más estaba con ella en la habitación hasta que sintió el sillón hundirse a su derecha.

Adrien la miraba curioso. Tenía la cabeza ladeada y parpadeaba sin comprender lo que estaba sucediendo. Si a Marinette le hubieran preguntado en qué pensaba viéndolo así, ella habría dibujado gatitos en las nubes. Ese chico era tan gracioso como guapo.

Adrien parpadeó dos veces sin caer en cuenta de que la otra estallaría en risas nerviosas.

Marinette se rió con ganas, derramando helado en el sofá y llevándose el dorso de la mano a la frente. El otro la contemplaba sin entender mucho pero enderezando la cabeza.

—¿Qué sucede?—quiso saber. Él no lo sabía, pero estaba viéndose justo como un niño pequeño que necesita atención. El gesto conmovió a la azabache, que se calló tan repentinamente como había empezado a reír.

—No es nada—aclaró—es sólo que me había olvidado que haríamos algo esta tarde. Eso es todo.

—Oh—musitó él sintiendo que su estómago se estrujaba—Si no quieres que hagamos nada...

—¡No!—le interrumpió ella—Sí quiero, es sólo que soy muy olvidadiza.

—Ya vi—respondió Adrien. Y era ahora él quien sentía un arrebato de ternura.

Ella le sonrió.

El cuarto de Adrien siempre la sorprendía. Era enorme, como del tamaño de un estadio, pensaba al tiempo en que entraba por las bonitas puertas y se alisaba el pantalón.

Adrien le había dicho que conocía el remedio perfecto para dejar de sentirse sólo y poco valiente. Su madre le había enseñado a ver el lado positivo de las cosas, característica que le alegraba la azabache también tuviera. Cuando él se sentía pequeño y poco valorado, o cuando los niños de la cuadra lo excluían por no ir a una escuela, él siempre volvía corriendo a los brazos de su madre, y ella le preparaba exquisitos cuernos horneados y sacaba una caja de libros que ella amaba. En este caso, el rubio tenía planeado hacer exactamente lo mismo.

Encendió el televisor y corrió en busca de su teléfono. Marinette tomó asiento en el sillón frente a la pantalla y se sentó con las piernas cruzadas en mariposa. Todavía sentía un dejo de miedo y frustración, pero ver a Adrien buscando como loco su celular le regresaba las ganas de sonreír.

En mi memoria. (Adrienette)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora