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Sorbió un poco de té de su taza. Tenía las piernas cruzadas y miraba a las personas de enfrente con intriga. Estaba a la espera de que alguno de ellos hablara, pero todos habían enmudecido. No hacían más que mirar en su dirección y sostener las tacitas de té con dedos temblorosos. Se estaban enfrentando a algo que no conocían.

—No sabemos cómo responder a esto—inició Sabine, dejó la taza en la mesita y miró una vez más a la figura que se limpiaba los labios con una servilleta.

—¿Por qué no dejamos a Marinette elegir?

Marinette también estaba ahí, casi se le veía oculta detrás de su papá. Tom le acariciaba el cabello con delicadeza.

—No sabemos si Marinette esté lista para hablar de esto—dijo Tom y animó con la mano a Marinette. Ella dio unos pasos al frente y se sentó, lo más calmada que pudo junto a su madre.

Gabriel Agreste los miraba con suspicacia. Él sabía que su trato era bueno.

—Marinette es una de las mejores diseñadoras que conozco. Sí, sé que apenas es una principiante, pero tiene más talento del que imaginan.

Los padres se sentían alagados, pero muchas inquietudes les aturdían. Marinette, por otro lado, estaba encantada de que su diseñador favorito en todo el mundo estuviera ahí, en su casa, invitándola a trabajar con él en la mansión de la moda. Los ojos le brillaban.

—Su hija, señores Dupain, es más que talentosa, sin duda hubiera ganado el concurso. Sus diseños eran impecables; ojalá pudiera recuperarlos de la fatídica tragedia.

Marinette asintió con calma, no tenía muchas ganas de hablar del incendio, pero muy en el fondo, sabía que Gabriel no tocaría el tema. Él era un buen hombre.

—Pero no ponemos dejarla ir con usted. Sé que es una de las mejores oportunidades en la vida, señor Agreste—aclaró Sabine—Marinette acaba de llegar del hospital, necesita cuidados, necesita de su familia, necesita de mí.

Marinette miró a su madre por el rabillo del ojo. La mujer tenía razón, ella necesitaba de todo eso, pero oportunidades como esa eran imposibles de rechazar, era como tener una beca en una universidad hecha sólo para ella. Si aceptaba, iría a casa de los Agreste, viviría ahí y tomaría clases de diseño con los mejores maestros de la moda, para rematar con aprender bajo la mirada del mismísimo Gabriel Agreste. Él le enseñaría todo lo que necesitaría saber. Él sería su mentor. Su carrera despegaría de inmediato. Aceptar el trato del diseñador era aceptar el cumplimiento de sus más grandes y genuinos sueños. Ella deseaba ser, algún día, tan exitosa como el hombre sentado frente a ella.

—No se preocupe por eso, señora Dupain, si su hija viene conmigo le daremos todo lo que ella necesita. Le contrataremos una enfermera personalizada, tendrá a su servicio a los mejores médicos de toda Francia. Jamás la dejaremos sola, y ella podrá verlos cada que quiera.

—¿Por qué no puede ir a estudiar a su casa y ya?—defendió Tom.

—Porque su hija, Tom, no es una simple chica y ya.

La sala se quedó en silencio. La mirada de la azabache viraba entre los rostros afligidos de sus padres y el amable rostro del señor Agreste. Cuando sus ojos se toparon con los del hombre, sus sueños volaron por su cabeza y formaron su nombre. El nombre de sus éxitos.

—Yo le daré a Marinette todo lo que necesite—habló con voz grave y poco a poco se fue apagando, para después regresar más enérgica—Además, si no entiendo mal, Marinette tendría que atrapar una beca de casi el setenta porciento para poder estudiar lo que quiere. No me malentienda, señor, pero yo le estoy dando a Marinette la opción de una beca a más del cien porciento. Le estoy dando una nueva vida. Le daré el sustento que necesita, los cuidados que requiere y, después, el ingreso a la universidad que ella desee.

En mi memoria. (Adrienette)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora