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¿Qué tenía el sudor con brotar tan descaradamente de ella?

Y una vez más de cara contra el suelo. Había caído desde la parte de arriba, donde el señor Agreste le había adaptado un trapecio donde la azabache amaba pasar el tiempo. Era como si hasta aquella altura pudiera sentirse bien, libre, resuelta aun estando atrapada entre esas cortas paredes. Pero ahora se había caído y no tenía muchas ganas de levantarse.

De su garganta salió un pequeño quejido, como un pato graznando, tenía mucho que no sentía un dolor como aquel. Haber caído desde tan alto, vaya que no recordaba sus tiempos como heroína. A diferencia de la vez pasada, en esta ocasión se levantó, empujándose con las manos y haciendo resistencia. Y una vez que estuvo de pie, lanzó el yoyo de regreso al trapecio, del que se adueñó como una maestra.

Estaba cabeza abajo cuando la puerta del gran salón se abrió por fin y la azabache se vio obligada a recuperar la compostura.

—Veo que te gustó la adquisición—el señor Agreste recién entraba al salón, con una botella de agua en una mano y una pequeña caja en la otra.

—Esto es lo mejor del mundo—casi grita ella, dando una vuelta en el trapecio y dejándose caer para quedar colgada de los tobillos.

Gabriel soltó una risa y acercó una silla a donde la chica jugaba.

—Has avanzado, ¿eh?—dijo sentándose y abriendo la botella para beber.

—Un trapecio no es como un techo o la torre Eiffel—dijo la chica un tanto a la defensiva, lo que hizo sonreír al diseñador.

Gabriel sabía en carne propia cómo se sentía poseer un miraculous y no poder usarlo, era una impotencia enorme, casi al grado de querer explotar una pared para salir por fin, aunado a la demandante juventud, bueno, vaya que la entendía.

—Lo sé, Marinette, pero no pudo dejarte salir aún, es demasiado riesgoso para la misión.

—¿La misión? ¿Hablas del gato?—preguntó ella colgada con un brazo, preparando el otro para lanzar el yoyo a una de las vigas del techo.

—¿O es que no quieres acabar con él?

Justo cuando acabó de decirlo, Ladybug se soltó del trapecio, se aferró a la cuerda del yoyo, dio dos piruetas en el aire y cayó frente al estirado hombre, con una rodilla flexionada y la otra pierna extendida, una mano en el medio de las dos extremidades.

—Ni hablar, la misión continúa—sentenció la chica poniéndose de pie, con aire desafiante.

—Perfecto—se enorgulleció el hombre, sonriendo ante la idea de cumplir su cometido.

La chica estiró, jugó con el yoyo y saltó una vez más a su preciado trapecio. Estaba dando una vuelta entre las cuerdas del mágico instrumento y la grandiosa adquisición, cuando el hombre decidió que era momento de hablar del verdadero tema.

—Marinette...

—Ladybug—corrigió la chica metiéndose en el papel.

—De acuerdo—reconoció el hombre, pero de inmediato olvidó el tema para regresar al asunto que le competía— Quiero hablarte sobre los prodigios.

—¿Qué sucede?—sin suspender su ardua tarea.

—No quiero que convivas con el kwami, y no es que sea algo malo, sólo digo que es riesgoso que alguien te vea hablándole a algo que parece un juguete—explicó él, dándole tono de burla a sus últimas palabras.

La chica correspondió a la broma con una risa y volvió a bajar al suelo, donde pertenecía.

—¿Qué se supone que haga entonces?—inquirió la azabache con brazos en jarras y el yoyo recargado en la cadera.

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⏰ Última actualización: Oct 10, 2019 ⏰

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En mi memoria. (Adrienette)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora