No hubo más que sentir el impacto para saber que eso iba en serio.
Tenía la cara contra el piso y su pecho se contraía en inhalaciones pesadas, como si tratara de respirar bajo el agua. El sudor le escurría sobre la frente y de intentar levantarse, hubiese caído una vez más al piso.
Los brazos le dolían con esmero y el abdomen era insoportable en aquella condición. Se giró sobre la espalda y se quedó mirando al techo sin verlo realmente. Si lo pensaba mejor, sólo había estado ahí dos horas y media. Dos horas y media, y ya sentía que se le acababa a vida.
—¿Quieres seguir?—preguntó una voz masculina no tan lejana.
Vio cómo sobre ella se asomó una cara sonriente, de dientes perfectos y sudor impregnado a las mejillas.
Marinette quiso responder, pero tenía tantas fuerzas para eso como para cargar a un elefante con una mano y enseñarlo a bailar la conga. Fue entonces cuando un pensamiento comenzó a rebotarle por toda la cabeza: Necesitaba agua.
—¿Marinette?—preguntó el sujeto al tiempo que se ponía de rodillas para ayudarle.
La azabache balbuceó un par de cosas e inició un extraño baile en el piso con la intención de ponerse de pie, intención que se vio apoyada por el chico de linda sonrisa. Le ayudó a levantarse de a poco, empujándole levemente por los hombros mientras ella recargaba las manos en el piso y se daba impulso. Cuando por fin estuvo de pie, la lengua se le destrabó y corrió en busca de su botella de agua que, para entonces, estaba casi vacía.
Bebió tragos largos y no paró hasta que no tuvo más que tomarle a la botella. Se limpió los labios con el dorso del brazo y se giró nuevamente en dirección a su instructor que, divertido, la veía.
—¿Mejor ahora?—le preguntó con una sonrisa.
La chica asintió, cerró la rosca de la botella y la dejó en el piso.
—¿Por qué no mejor me mataste en cuanto entraste?—reclamó ella caminando hacia él.
—¿Hubiese sido más divertido?—contraatacó él y le revolvió el cabello apenas llegada a su lado.
—Hubiese dolido menos—dijo la ofendida y le dio un golpe en el brazo—. Pudimos haber empezado con algo un poco menos radical, ¿no?
—Jeremy Gaz no empieza con cosas poco radicales—respondió el otro con tono airado.
La chica soltó una risotada y se quitó el fleco de los ojos.
Ese era Jeremy Gaz, el buen entrenador que Gabriel había contratado para ella. Era guapo, medía cerca de un metro noventa y tenía una barbilla ligeramente partida, cubierta por esa fina barba de cuatro días color chocolate.
Apenas lo vio entrar al salón de entrenamientos, Marinette intuyó que él no era una persona con la que se bromeara, sin embargo, en cuanto el señor Agreste les dejó solos para poder entrenar, la azabache descubrió que si algo le sobraba a ese hombre era seriedad. Podía tener el mejor físico de todos, pero sin duda lo que más le agradaba de Jeremy era su sentido del humor y que todo el tiempo estuviera sonriendo. Poco después, cuando terminaron los abdominales, se dio cuenta de que en serio sonreía por todo, así ella le reclamara.
Muy en el fondo, Marinette no podía comprender cómo era que una persona podía verse feliz todo el tiempo.
—Calentamos, entrenamos y hacemos un rápido resumen de todo lo que hicimos—explicaba él. Ya había empezado a rotar su tronco sin moverse de la cintura para abajo, cosa que conflictuaba a Marinette, quien no soportaría las piernas ni un momento más.
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En mi memoria. (Adrienette)
FanficElla está del lado incorrecto de la ecuación, ayudando a quien desea su fin y odiando a aquél que daría su vida por salvarla. Ella está atrapada en un punto en que no logra recordar a quien más ama y trabajando para quien antes era su enemigo.