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Se agazapaba como cuando pequeño detrás de la escalinata que conducía al estudio de su padre. Los muslos habían empezado a dolerle, pero mientras no viera que su padre saliera de aquel lugar con sus relucientes zapatos blancos, Adrien no tenía pensado moverse de ahí.

Llevaba hincado más tiempo del que podía recordar, sin hacer ruido ni carraspear la garganta con desesperación. Ese día el plan tenía que dar resultado de una vez por todas. No estaba dispuesto a presentarse con su pelirroja amiga con las manos vacías, y en vez de un pie de manzana pensaba aparecerse con ella junto a la lista de invitados y tal vez un poco más de información. Pero mientras Gabriel Agreste no saliera de ahí, él tampoco podía hacer nada.

Suspiró quedo y se dejó caer de espaldas contra la pared al tiempo en que su memoria viajaba hacia el día anterior en el tiempo.

Las cosas tampoco habían pintado bien el día de ayer. A las ocho treinta de la mañana, justo después del desayuno y de haber acompañado a Marinette a la sala de estudio donde él, años atrás, también tomaba clases, se había escabullido por los pasillos hasta el cuarto de su padre para espiar un poco.

Adrien había estado planeando la huida perfecta por si su padre despertaba, pero se sorprendió cuando al abrir con cuidado la puerta del dormitorio de su padre, el hombre no se encontraba ni arreglándose ni dormido entre sus costosas sábanas. La cama desecha y el vaso de agua vacío le indicaron de inmediato que Gabriel había salido ya, sin embargo, todavía no podía cantar victoria por ello. Su padre podía no estar en su cuarto, no obstante, la casa era tan grande como para encontrarse con el diseñador en cualquier pequeño rincón.

Así que Adrien puso manos a la obra y se refugió detrás de las escaleras, justo donde estaba ahora, y esperó a que el hombre entrara o saliera de su estudio. Y una vez que dieron las nueve, los ánimos de Adrien se subieron al tren de la locura y arrancaron frenéticos, como sus pies en camino al estudio. Y ahí estaba él, subiendo decididamente los escalones hacia la salita. Su estómago daba vueltas una y otra vez, parte de él pensaba que vomitaría ahí mismo, lo que le daría una buena excusa para entrar y robar la lista.

Perdona, papá, estaba que vomitaba y entré para hacerlo dentro de su bote de basura.

Le causaba gracia de sólo pensarlo. ¿Quién habría de decir que Adrien Agreste estaba por robar un papel obsoleto?

Entró raudo a la oficina, sin mirar atrás, atravesó el portal y cerró la puerta a sus espaldas. Dejó que su peso se recargara en la fría madera blanca y cerró los ojos, rogando con fuerzas para que nada malo sucediera. La primera fase había sido superada.

Recuperó rápido el aliento y levantó los párpados. La peculiaridad del lugar le acertó una bofetada visual y le dejó sin habla.

La oficina de Gabriel era enorme, mucho más grande y alta de lo que él siempre había imaginado. Las inmaculadas paredes blancas se desplegaban frente a sus ojos como lienzos listos para ser llenados. Frente a ellas, mil y un diseños se agolpaban en pizarras, colgados al techo o inútilmente sujetos a los muros con tachuelas. Había colores y texturas por todos lados. Repisas llenas de muestrario y cajas repletas de telas finas y flexibles. Estar ahí era como ver un museo de la moda parisina.

Se separó de la puerta con cuidado, todavía con las náuseas en la boca del estómago, y caminó cauteloso por el lugar. Justo en medio y de frente a él, un gigantesco escritorio, cargado con revistas y papeles, yacía impasible. El rubio, sin chistar ni un segundo, caminó hasta él y comenzó con su búsqueda.

Los papeles corrían por sus dedos en un mar estrepitoso de letras. Dos revistas cayeron al suelo y se vio obligado a levantarlas y ponerlas en el lugar que les correspondía para no alzar sospechas. Estaría quizá por la sección indicada, donde un bonche de papeles dentro de un folder azul marino, cuando de frente a él, del otro lado de la puerta, un susurro atravesó su mente.

En mi memoria. (Adrienette)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora